Nacho Vegas, cuando la depresión se vuelve pasión.
“Hablo solo, bebo té”, fueron los primeros versos que cantó Nacho Vegas, un asturiano melancólico que bien puede pasar sus tardes hablando consigo mismo, con una taza té, sin otra compañía que sus pensamientos suicidas.
Locación: Teatro Metropólitan (lleno), noche calurosa, quizá demasiado para ser de otoño, aunque puede que se deba a que al recinto no le cabe ni un alma. En el escenario, una tal Vanessa Zamora intenta conquistar al mundo con sus canciones. No lo logra. Sus melodías son aplaudidas, pero no festejadas. Si hubiera calificaciones al estilo escolar, se le pondría 8 por esfuerzo; al menos lo intentó. Otra noche será su noche. Por el momento, Nacho será el que se encargue de conquistar los corazones vagabundos de los mexicanos presentes.
Los acordes de “Dry martini S.A.” empezaron a sonar; una bomba, eso fue lo que significó empezar con un éxito tan grande, asegurándose, desde el inicio, que las miradas, los oídos y los corazones fueran hacia él.
“Adolfo Suicide” y “Me he perdido” fueron las siguientes en sonar. El público, entregado como siempre, cantó y se desgarró el alma ante cada verso que salía de la boca del español, quien permanecía prácticamente inmóvil, como si de un maniquí se tratara; un maniquí con alma de tristeza y un corazón algo oscuro.
Las canciones de Nacho son largas, lo que provoca que cada una sea disfrutada al doscientos por ciento, pero también logra que el tiempo transcurra más rápido; cada melodía que sonaba era rápidamente devorada. “Perplejidad”, “Ciudad Vampira”, “Polvorado” y “Run Run” fueron pasando una a una casi sin pausa; a lo mejor hubo algunas palabras de Nacho —que a la distancia se hacían indescifrables—, fuera de eso todo fluyó con normalidad aunque esa no sea la palabra más adecuada para describir un concierto de Vegas.
“Taberneros” y “Actores poco memorables” fueron muy celebradas, lo cual resulta irónico si te percatas de que sus letras son oscuras, llenas de coraje por el amor que se fue, por la vida que le tocó o por sus complejos: “Es medio maricón y se meaba en la cama hasta los diez”, así se describe Nacho.
Las canciones siguieron pasando. “Gang Bang”, “Nuevos olanes”, “La vida manca” y “Perdimos el control” sonaron, logrando que, sin que nadie lo presintiera, el show empezara a llegar a su fin.
Fue “La gran broma final” la que cerró la primera parte del concierto, que más que concierto a estas alturas ya parecía más un ritual suicida por la naturaleza de la música del español.
Después de una breve pausa, regresó al escenario a interpretar “Luz de agosto e Gijón”, “Vinu, cantares y amor” y “Mercado de Sonora”, con la que, por segunda ocasión, dejó el entablado para hacer otra breve pausa.
Volvió a tomarse unos minutos, regresó e interpretó la canción más esperada; su gran éxito que lo llevó a la fama: “El hombre que casi conoció a Michi Panero”. Así, con un fuerte clímax, justo como empezó terminó. Sin tener que decir palabras, el telón se cerró. Fin.