Una celebración de cuatro décadas.
Hablar de Madonna es referirse a un ícono trascendental de la cultura pop, directo del Olimpo de la música, una importante activista LGBT y quizás la artista femenina más grande de todos los tiempos. El arquetipo de la popstar como la conocemos hoy en día. Por ello, el Celebration Tour es como el Eras Tour de mis papás, pero esto no significa que Madonna ya no conecte con toda clase de audiencias, desde el camino al Palacio de los Deportes se podían apreciar chicos y grandes portando playeras de la cantante y una que otra persona creativa con algún disfraz alusivo a alguna era de la Reina del Pop.
Elegantemente tarde al estilo de Madonna, a las 22:30 H se apagaron las luces y arrancó la velada al estilo de un show de drag y se anuncia que esto es más que un concierto, es una celebración. “Nothing Really Matters” fue la primera canción de la noche, Madonna portó un atuendo negro con una corona al estilo de una santa patrona, el aro luminoso que colgaba sobre ella y sus bailarines fungiendo como un halo celestial sobre su cabeza.
De pronto, las pantallas proyectan imágenes de la cantante a través de las décadas y hacemos un viaje en el tiempo al año en que todo comenzó: 1982. “Everybody” nos hace bailar (como lo hacían hace 40 años con el álbum simplemente titulado, Madonna) y hace una transición sutil hacia “Into the Groove”. Tras un discurso introductorio sobre abrazar nuestras raíces y recordar de dónde venimos, para “Burning Up” la intérprete toma una guitarra eléctrica y nos remonta a sus primeras presentaciones en el icónico club neoyorquino CBGB, “Open Your Heart” saca sus mejores pasos de cabaret a través de una coreografía con sillas y “Holiday” cierra esta primera sección de fiesta ochentera.
Para la segunda parte se pone más seria un momento y vuela por los aires en una pequeña plataforma rectangular sobre el público mientras las pantallas proyectan rostros de decenas de víctimas del SIDA al ritmo de “Live To Tell” (algunas caras famosas como Freddie Mercury e Easy-E se pueden ver). La tormenta se convierte en un convento, bailarines y audiencias en feligreses mientras se proyectan imágenes sacras. Escuchar “Like a Prayer” puede ser catalogada como una experiencia religiosa y el carrusel con cruces luminosas fue el escenario perfecto para este tema.
Cabe recalcar que, con el objetivo de meter todos los hits posibles de Madonna en el setlist, muchos de estos están recortados y mezclados entre sí a manera de un DJ set, cosa que quizás altere a quienes esperaban escuchar sus canciones tal cual suenan en Universal Stereo. Para “Erotica”, el escenario se convierte en tres diferentes rings de boxeo con lásers haciendo la vez de sus cuerdas con una coreografía impecable, apropiadamente transiciona a “Justify My Love” (recordándonos su etapa más desinhibida y sexual de los 90) con una pizca de “Papa Don’t Preach” intercalada.
Con “Hung Up” salta brevemente a los 2000, la importancia de sus bailarines no debe dejar de mencionarse ya que si Madonna es el cuerpo y alma de sus conciertos, ellos son el corazón. Para “Bad Girl”, la intérprete se sienta sobre un piano a cantar al estilo de un club de jazz.
Haciendo tiempo para un cambio de vestuario, los bailarines dan sus mejores pasos y viven su mejor vida, la pista de baile vuelve a transformarse augurando un gran momento y las icónicas cuerdas de “Vogue” aceleran los corazones del público. Madonna exclama “let your body groove to the music” y efectivamente todos los cuerpos vibran con la música por un momento. Es característico de esta parte del show que el escenario se convierta en una gran pasarela, al final de la cual la cantante y algún invitado suyo califican del 1 al 10 los atuendos y los pasos de los bailarines. En esta ocasión su invitado y juez fue el actor Alberto Guerra.
La atmósfera se torna oscura e infernal y suenan “Human Nature” y una versión más suavizada de “Crazy For You” ante un círculo de llamas que suben la temperatura del Palacio de los Deportes. A continuación, se oscurece el ambiente y los vestuarios para dar paso al tema Bond “Die Another Day”, una sorpresa inesperada. aprovechando el sombrero de su vestuario, Madonna se despoja de su capa negra y revela un atuendo vaquero para cantar “Don’t Tell Me” al ritmo de sus arpegios country y un fondo del viejo oeste con sementales galopantes.
Es el momento acústico de la noche y la Reina del Pop nos invita a encender las luces de los celulares y vivir el momento en vez de grabarlo en video. Por unos instantes reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre los amigos que han fallecido, sobre la fuerza que le han dado sus fans para seguir en la cima tras tantos años y la resiliencia que le proporcionan sus hijos ante los problemas de salud que la han acaecido en años recientes y que incluso la hicieron considerar el retiro. Pero ante todo esto, Madonna remarcó que ella sigue de pie y más fuerte que nunca, para “Express Yourself” nos convertimos en su coro mientras rasgaba los acordes en la guitarra acústica, rodeada de miles de luces de celulares.
Aprovechando la vibra acústica, “La Isla Bonita” nos remonta a una vacación tropical con un atardecer deslumbrante en el horizonte, Madonna hizo el intento de poner en práctica su español en algunos momentos de la noche y algo de jerga chilanga que ha aprendido. A forma de tributo y con fragmentos de “Don’t Cry For Me Argentina” y “Bedtime Story” se proyectan fotografías de figuras icónicas que han fallecido como David Bowie y Sinead O’Connor para dar paso a la sección final de la noche.
Las pantallas proyectan fragmentos de entrevistas con la cantante y caras familiares de artistas que han sido influenciadas por ella, además de imágenes de marchas por la causa LGBT y la frase “NO FEAR”. Las luces se enfrían y se proyectan visuales de la época de Ray of Light, el tema titular del álbum suena y nos sacude con esa electrónica frenética, apropiadamente ambientada con lásers de colores mientras la cantante vuela por los aires nuevamente sobre una plataforma, esta vez en un atuendo plateado y futurista que deslumbra a los 17,000 espectadores.
Dos horas se han ido volando más rápido que un rayo de luz, “Rain” nos empapa con su melancolía y oscuridad antes del final de la fiesta. Una pantalla en el centro del escenario proyecta las siluetas icónicas de Michael Jackson, la otra mitad del trono del pop de la historia, con Madonna y vivimos un momento emotivo mientras suenan “Billie Jean” mezclada con “Like a Virgin”.
Para rematar, con la sección final del show vivimos en carne propia la presentación de Madonna en el Super Bowl hace una década. “L-U-V Madonna, Y-O-U you wanna!” suena el vitoreo de porristas de “Gimme All Your Luvin’” con todo y Nicki Minaj proyectada en la pantalla para su parte y, junto con “Bitch I’m Madonna” dieron pie al fin del concierto, perfectamente cerrado con “Celebration”. La cantante se despide en lo alto de una plataforma en el centro del escenario y desciende hasta desaparecer.
Y así, dos horas y media se fueron volando, más de 20 hits atemporales e incluso faltaron algunos y pudo llenar fácilmente otra hora con música que ha marcado la vida de millones de personas en todo el mundo sin distinción de género, etnia, preferencias sexuales, etc. Un concierto de Madonna es un espacio libre de juicio, donde las personas pueden ser quienes son sin miedo.
A sus 65 años sigue siendo una fiera imparable sobre el escenario. Esperemos que esta no sea la última gira que podamos vivir de Madonna pero, si decide retirarse, su huella en la historia de la música es algo imborrable que se seguirá escuchando por generaciones y generaciones.