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En una comunidad puritana situada en la Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII, un matrimonio es juzgado por el tribunal local y la sentencia dictada los hace ser exiliados del poblado. Así, el patriarca William toma a su esposa y a sus cinco hijos y parten para instalarse en una granja cercana a un bosque, intentado llevar allí una vida pacífica siguiendo sus preceptos religiosos. Pero la súbita desaparición del retoño más pequeño, aunada a una serie de anomalías e inquietantes acontecimientos, sumados a una extraña y temible presencia que les acecha harán brotar el temor, la angustia y la locura al interior del núcleo familiar.
El largometraje debut del norteamericano Robert Eggers resulta ser una grata sorpresa en el universo del cine de horror, actualmente saturado de películas de posesiones y fantasmas bastante genéricas. Y lo hace con una de las figuras más fascinantes del folklore popular: la bruja.
Una de los principales atractivos de este filme, es que la aproximación que se hace a este personaje busca alejarse de los efectismos y la glamourización propios de otras películas y series de corte hollywoodense, y más bien opta por un tratamiento más enraizado en hechos reales. Para ello, el director se dio a la tarea de investigar y recopilar testimonios y registros antiguos sobre el tema, estructurando su relato de tal forma que el espectador pareciese estar viendo una narración extraída directamente del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, condensando los miedos y supercherías que atormentaron a los cristianos de esos tiempos, y que desembocarían en los famosos procesos que cientos de años más tarde inspirarían a Arthur Miller a escribir su célebre pieza teatral, Las brujas de Salem.
The Witch saca ventaja del oscurantismo imperante en la época y lugar en que sitúa la trama, escenificando un relato sobrio y austero en su puesta en escena, pero rico en referencias en torno al tema que se hallan implícitas y que incluyen al famoso tratado sobre brujería mencionado anteriormente, a las Pinturas Negras de Francisco de Goya y al filme Häxan (Christensen, 1922) entre otras; que sirven para apuntalar un universo en el que reinan las atmósferas opresivas, infectadas de superstición y fanatismo religioso, excelentes para potenciar en sus personajes el miedo y la histeria colectiva, que son dirigidos en contra de la hija mayor de la familia, quien es acusada (principalmente por su propia madre) de ser la fuente de los males que los aquejan.
Eggers maneja dos tipos de horror: por un lado, el horror que produce la naturaleza, en especial sus facetas salvajes, raras e incontrolables que terminan materializándose en mitos y leyendas tenebrosas generadas para aportar una explicación (aunque sea sobrenatural) a aquello que es inexplicable. La bruja funciona como presencia siniestra a la vez que como metáfora de estos miedos.
Y por otro lado, esta el horror psicológico que germina, se desarrolla y termina por desmoronar y desintegrar a una familia imbuida en un ámbito represivo (sobre todo sexualmente hablando) y recalcitrantemente religioso, haciendo que las fobias y prejuicios de los padres contaminen a sus propios hijos, y que la desconfianza y la irracionalidad termine por despedazar sus lazos fraternales, conduciéndoles a un fatal desenlace que paradójicamente resulta revelador y liberador para la hija mayor, señalada como la causa de sus calamidades.
Pero sobre todo, la eficacia de The Witch se cimenta en apelar menos a la representación gráfica de una entidad sobrenatural y al efectismo rutinario del cine de horror actual; y concentrarse más en excitar la imaginación y los temores primigenios e intangibles que moran en nuestra psique, y que a la postre, resultan más escalofriantes.