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No cabe duda de que Macbeth es uno de los trabajos más conocidos del dramaturgo inglés, así que no es una sorpresa saber que cuenta con varias versiones cinematográficas, a las cuales ahora se suma una más en la que se narra con pulcra genialidad la trágica historia de un hombre obsesionado con cumplir su destino después de que este le es revelado con una profecía. Este filme ya ha generado diversas reacciones encontradas después de haber sido presentado en las versiones más recientes de los festivales de cine de Cannes y de Morelia.
Con una fotografía impecable, escenarios majestuosos, un trabajo sobresaliente en el vestuario y el diseño de arte, un guion redondo de principio a fin, así como diálogos y actuaciones destacadas, la cinta narra el ascenso al poder de un feroz guerrero que se olvida de la gloria en el campo de batalla para concentrar todos sus esfuerzos en su objetivo: convertirse en rey a través de traiciones a quienes juró proteger y a aquellos a los que alguna vez llamó amigos.
Una de las principales razones por las que vale la pena ver Macbeth es el duelo actoral que se da entre Michael Fassbender y Marion Cotillard. El intérprete europeo luce siempre sobrio y entregado a su papel al cien por ciento como el soldado convertido en monarca, con las manos manchadas de sangre y con un manto de muerte sobre él; por su parte, la ganadora del Óscar se convierte en una villana sin escrúpulos a la que no le interesa nada más que ayudar a su esposo para que sea un poderoso rey, mientras que ella goza de los beneficios de ser una reina, que es al mismo tiempo víctima y victimaria.
La cinta es oscura, violenta, sangrienta, demencial y también resulta brutalmente bella en muchos sentidos. No es perfecta, pero se queda muy cerca de serlo gracias a lo bien cuidados que están todos sus detalles. Al final se trata de un relato lleno de realismo sobre lo que es capaz de hacer alguien con tal de conseguir un poder que termina por enfermarlo y consumirlo por dentro hasta llevarlo a la inevitable locura.