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La primera escena con la que arranca el tercer largometraje del kazajo Adilkhan Yerzhanov sintetiza perfectamente lo que le depara al espectador: se ve un dibujo infantil de una familia; está arrugado, con manchas y marcas de un neumático que acaba de pasarle encima.
Y es que Los dueños trata precisamente de tres jóvenes hermanos cuya madre, antes de morir les hereda una pequeña propiedad ubicada en una humilde aldea de una provincia de Kazajistán. Ellos llegan a dicha propiedad con el fin de iniciar una nueva vida y seguir adelante, pero las dificultades comienzan cuando un campesino del lugar y su familia alegan que han vivido ahí por diez años, y no están dispuestos a renunciar a ella, ni siquiera frente a los legítimos dueños, aunque para ello tengan que recurrir a la violencia.
Los hermanos recurren a la policía local, pero estos no los apoyan (después descubrimos que guardan parentesco con el campesino en cuestión), y el estado tampoco les presta ayuda para legitimar sus derechos, y por el contrario los empantana en un largo e irracional proceso burocrático. Los hermanos poco a poco serán devorados por la intolerancia y la brutalidad, y el desenlace será una verdadera tragedia.
Por medio de un relato a medio camino entre un austero drama tremendista y una colorida fabula agridulce, el director nos obsequia una reflexión sobre el lamentable estado de las cosas en que esa región del mundo se encuentra, donde los desposeídos luchan encarnizadamente entre ellos para apropiarse de miserables medios de sobrevivencia, mientras que las instancias gubernamentales les ignoran olímpicamente. Pero el autor evita caer en maniqueísmos y manipulaciones, al dejarnos entrever que las partes en pugna tienen mucho en común entre sí, y que son las desesperadas circunstancias las que confrontan a personas que, en otro contexto, pudieron haber desarrollado lazos de amistad y solidaridad. Los dueños también forma parte de la sección de Competencia Internacional del FICUNAM.