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Cualquier relato que nos narre las peripecias de un hombre fragmentario tendrá inevitablemente, que cortarse en dos realidades, dos caras de una misma travesía: entre la noche y el día, entre el sueño y la vigilia.
La cinta mexicana Entre la Noche y el Día, de Bernardo Arellano, se estrena este año. La película estará exhibiéndose en sedes como Cineteca Nacional, Cine Lido o Estela de Luz, entre otras, a partir del 18 de Enero.
Un jugueteo entre la ficción y el documental nos revela a cuadro los sueños de Francisco, un hombre autista, de triste silueta, que busca su lugar en este mundo hostil. Tal vez presidida por el binomio que se expresa desde el título, la película se divide en dos espacios; vigilia contra sueño o ciudad contra naturaleza. Durante la primera temporalidad que recorremos al lado del protagonista, nos situamos en la opresora atmósfera cotidiana. Francisco es el prisionero de su propia familia, sin embargo, los sueños se le presentan con la forma de roedores amistosos o de un bosque nocturno e insondable. Allí comienza su fuga, detalle que dará pie a la siguiente parte del filme.
La segunda etapa de la cinta me pareció lo más logrado. Es allí donde la película de Arellano se mueve más libre, como en su elemento; es donde el protagonista penetrará en sus propios sueños. Lugar donde encuentra al ermitaño de la jungla y quizás la revelación de algo más.
La parte de la selva destaca, a mi parecer, tanto por el cuidado estético al presentar la armonía, visual-musical, con la naturaleza, así como por la relación entre los dos personajes solitarios. Asimismo, el encuentro con el ermitaño en Entre la Noche y el Día se entiende mejor cuando se ha visto un viejo cortometraje-documental titulado “Dos días” del mismo Bernardo Arellano. En el corto se muestran la vida y costumbres del personaje solitario de la selva, a quien vemos reaparecer como aliado de Francisco, en esta nueva cinta. Es como si el corto fuese un apéndice extra de la película, una ficción dentro de un documental.
Es destacable también en la película la extraña combinación entre no-actores como Francisco Cruz, como protagonista, con actores profesionales como Carmen Beato, Gabino Rodríguez o Joaquín Cosio.
Por otro lado, en medio de esto (de actores renombrados y de toda la maquinaría que una película conlleva), es doblemente llamativo el trabajo de Francisco Cruz: su rostro cálido, su mirada emotiva y particular hace pensar por un lado en algunos de los no-actores del cine de Reygadas, como la anciana de Japón; y, por otro lado, en esos héroes y siluetas (quizás sólo atisbos de personajes pero no por ello menos vivos) que se mueven, llenos de sueños, saudades y sensibilidad, entre los versos de Pessoa. O como dijera el poeta: “Yo nunca hice otra cosa que soñar. Ese ha sido, sólo ese, el sentido de mi vida. Nunca tuve una verdadera preocupación salvo mi vida interior.”