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Siendo de algún modo los bisnietos de la Segunda Guerra Mundial, los lazos entre las generaciones actuales y las que sufrieron los horrores del conflicto bélico, estos nos parecen finitos pero La Dama de Oro demuestra que no han pasado tantos años y las replicas de dolor siguen latentes.
Bajo la dirección de Simon Curtis, la historia gira alrededor del Retrato de Adele Bloch-Baauer I de Gustav Klim, el cuál fue ultrajado por los altos mandos Nazi. La Dama de Oro toca uno de los temas que no suelen profundizarse a la hora de recordar los agravios cometidos contra el pueblo judío.
Helen Mirren, con esa elegancia y entereza que la caracteriza, protagoniza a María Altman, una judía que escapó de Viena para encontrar un segundo hogar en California con un sólo deseo: recuperar el retrato de su tía Adele, para así poder mantener vivos sus recuerdos. Dicho esto, María tiene que luchar con los fantasmas del pasado y con el gobierno austriaco.
Para acompañarla en este camino, su mejor aliado es el joven abogado Randy Schoenberg (Ryan Reynolds), quién conforme avanza la película deja su inicial actuación seca e interesada, para volverse más humano al contagiarse de la perseverancia de Altman.
Fuera de algunos acertados comentarios del papel de Mirren, el guión de La Dama de Oro es un tanto plano, lo que vuelve la película pesada en algunos momentos, pero la empatía y la sed de justicia que se logra entre el espectador y los protagonistas logran retener la atención. Una película sin efectos especiales, basada en una historia real, que contagia el espíritu de lucha a pesar del tiempo y los interminables trámites y obstáculos burocráticos.