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En 1830, un nativo kawésqar de la Patagonia occidental es trasladado en un navío llamado Beagle, hasta Inglaterra, para ser presentado frente a la corte real de ese país. Para convencerlo de subir, se le obsequia un botón de nácar, situación por la cual el capitán y la tripulación del barco decide bautizarle como “Jimmy Button”. Muchos años después, un grupo de buzos escudriña en las profundidades del mar frentes a las costas de Chile, buscando evidencia que revele el destino final de más de un millar de personas desaparecidas durante la dictadura militar, y se topa con un botón de nácar adherido a uno de los rieles utilizados para hundir cadáveres en esas aguas. El origen de dicho botón, así como la identidad de su portador siguen siendo anónimos. Anécdotas como estas integran el más reciente trabajo del cineasta Patricio Guzmán. Episodios dolorosos donde el mar fue el escenario y testigo mudo.
En primera instancia, El Botón de Nácar pareciese un exorcismo a diferentes niveles: por un lado, nace inspirada por el miedo y fascinación que el director siente hacia el océano. Y por otro, es una continuación sobre sus reflexiones acerca de la historia reciente de Chile, cuyas heridas aun siguen abiertas.
Una de las constantes en la obra de este autor es la necesidad de que la memoria de estos amargos sucesos no se pierda. Y justamente, uno de los postulados del filme es que si existe algo en la tierra que tenga una vasta memoria es el agua. El océano es nuestra cuna, y siempre ha estado vinculado a nuestro orígenes y nuestra existencia misma, y por ello (sostiene el director) el océano contiene la historia de la humanidad.
Para probar su punto, decide hacer una viaje a dos momentos en la vida de su nación: el primero, es aquel cuando la zona era poblada por las ‘civilizaciones del agua’: distintos grupos étnicos cuyo estilo de vida estaba íntimamente ligado al mar, conviviendo de forma armónica con él. Este equilibrio fue alterado con la llegada de los colonizadores europeos, quienes se dedicaron a exterminar sistemáticamente a esos pueblos originarios, y a tratar de borrar los vestigios de su cultura y costumbres. Actualmente, solo quedan con vida algunos individuos descendientes de esos pueblos y que guardan la memoria de esas tradiciones milenarias.
El otro momento es el golpe militar perpetrado por Augusto Pinochet para derrocar el gobierno socialista de Salvador Allende, y sustituirlo con una dictadura de mano dura. Durante ese período, la policía secreta (conocida como DINA) fue la responsable (entre otras repudiables acciones) de detener o secuestrar a miles de personas para ser interrogadas por medio de torturas; para posteriormente encarcelarlas, asesinarlas o en el peor de los casos, desaparecerlas sin dejar rastro alguno. Uno de los espeluznantes métodos para llevar a cabo esto último, era arrojar los cuerpos de los apresados y martirizados (vivos o muertos), desde aeronaves hacia el fondo de los mares, para que estos les engullesen y nunca se volviese a saber de ellos. Y es hasta hace relativamente poco tiempo, que se decidió “hacer hablar” a estos mares al respecto.
En base a diversas entrevistas, material de archivo, una serie de evocadoras imágenes de mares, glaciares y otros yacimientos marinos, y siendo su propia voz el hilo conductor del relato; Guzmán crea una profunda y reflexiva obra que escarba en el pasado de su país como forma de entender su presente y replantear el camino a un mejor futuro. Un camino que no debe carecer de memoria.
Esta película forma parte del 35 Foro Internacional de la Cineteca.