
18/Abr/2013
Antes de Lars Von Trier, ya había un enfant terrible. Un jóven alemán que llevó a los límites el cine de su pueblo en los años setenta. El cine alemán estaba por terminar, la guerra había sido despiadada y pronto la cultura empezó a caer. Fue Rainer Werner Fassbinder quien tomó la bandera por el cine, por el arte y con su discurso contestatario mostró un reflejo crítico de su sociedad.
Sus temas son reiterativos, pero todos son abordados con mucha delicadeza y la elegancia sutil para que se entienda bien su postura política. No habla de la sexualidad, a pesar de ser su lugar común, habla sobre la hipocresía de la sociedad; sobre cómo unos se aprovechan de otros y de cómo eso no hace otra cosa más que perjudicar a la sociedad en completo.
A lo largo de sus cintas percibimos una pasión desmedida, pasión que lleva entrelíneas el descontento social (Todos nos llamamos Alí, 1974), descontento sexual (Las amargas lágrimas de Petra von Kant, 1972) y descontento por el falso conservadurismo del pueblo alemán (El matrimonio de Maria Braun, 1979).
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