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Hasta cierto punto, Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero es una carta nostálgica de amor a la música época, o más bien, a una manera de vivirla. La historia que guía la película está conducida por Eddie Reynolds (Damián Alcázar), un rockero de los ochenta que ha visto mejores días, pero ahora canta cumbias y merengues en bodas, bautizos y comuniones. Una oferta de U2 para adaptar la rola "Cheves en la Fiesta" desata el reencuentro de los miembros de la banda, resucita los rencores y los valores de la amistad que marcaron su juventud.
La película de Gustavo Moheno trata alejarse un poco de la comedia televisiva, del histrionismo gratuito y del humor chusco, lo cual consigue por momentos gracias a los actores que aterrizan el personaje y esquivan la exageración. Lo cierto es que esos momentos son muy contados y la cinta no logra evitar el trazo grueso de las bromas y los clichés de la parodia mexicana.
Ciertamente, la cinta es entretenida y los protagonistas tienen química. Al final, queda un tono tierno, libre de cinismo y lleno de homenaje que resulta simpático. Cinematográficamente es funcional y cumple su cometido sin atrever a arriesgarse.
Merece la pena mencionar el trabajo de la música, temas que remedan con humor pero sin perder calidad musical. Las canciones originales están compuestas por Sara Herrera Maldonado y el trabajo de supervisión musical lo realizó Anette Fradera, quien tanteó junto al director propuestas de varios músicos, entre ellos Sergio Arau y André de Caifanes. Finalmente quedaron los temas de Herrera, que cumplen perfectamente con la reconstrucción del rock and roll que una vez definió México.
En definitiva, se podría decir que Eddie Reynolds y los Ángeles de Acero es una sorpresa entrañable. Una agradable mirada al pasado con un poso de reflexión sobre el paso del tiempo, el ego y los sueños incumplidos.