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Riggan es un actor de Hollywood que tuvo su momento de éxito en los 90 y busca recuperar su prestigio y su carrera adaptando ¿De Qué Hablamos Cuando Hablamos de Amor? de Raymond Carver en una obra de Broadway. El viaje tragicómico de la estrella venida a menos le sirve al director mexicano para hablar de la "naturaleza de la identidad humana", de la necesidad de afecto que se desvirtúa en cifras digitales de emociones irreales potenciadas por el mundo hiperconectado y de la lucha de ese yo digital contra la realidad.
Birdman, o La Inesperada Virtud de la Ignorancia, es probablemente la mejor película de Alejandro González Iñárritu y lo seguro es que es la más arriesgada. Son 2 horas de ejercicio cinematográfico deslumbrante, de esos que dan vueltas en tu cabeza días después de la función.
Es sabido que el humor es una cuestión de ritmo y en Birdman éste es el que marca todo, de una manera tan perfecta y evidente como una jam session de puro jazz. Iñárritu marca el ritmo asincopado con una maestría asombrosa, en una cinta de riesgo que cabalga entre el drama y la comedia tocando todas sus notas.
El trabajo es tan meticuloso a ese nivel que la música de la película se compone exclusivamente de ritmos jazz en batería, interpretados por el músico Antonio Sánchez. Alejandro contó que quería lograr que la audiencia no viajara únicamente de manera visual con el personaje, sino que también auditivamente hubiera 360 grados de paisaje sonoro, lo cual fue técnicamente muy complicado.
El trabajo conjunto de el diseñador sonoro Martín Hernández y Sánchez llena los oídos con la misma riqueza de lenguaje con la que la cámara de Emmanuel Lubezki flota en un juego laberíntico de espacios y términos que es el backstage de un teatro de Broadway.
Por fin, el director se libra del peso de la ambición narrativa de sus anteriores trabajos para aligerarlo con la farsa autoconsciente, la comedia profunda y logra una ambigüedad en su discurso que lo hace más rico y disfrutable que nunca. Una adaptación imposible de Raymond Carver, un retrato del mundo del espectáculo, una postal que exuda el New York más real y una radiografía profunda de la naturaleza humana.
Esta ligereza queda asentada con el peso de lo real: Michael Keaton en su viaje catártico al fondo de la fama, del ego. Un juego metanarrativo en el que los intérpretes son lo que actúan y actúan lo que son. El reparto es tan impecable como su director: Edward Norton recupera su mejor momento y Emma Stone como nunca antes se ha visto.
"El Negro Iñárritu" se ha superado queriendo lanzarse desde una ventana y aunque todo apuntaba al piso, logró remontar el vuelo.