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El pasado viernes se inauguró en el Museo de Arte Carrillo Gil la muestra Punchis Punchis Punchis Pum Pum Punchis Punchis Punchis de Manuel Solano, quien apareció en nuestro número 91. La exposición, curada por Guillermo Santamarina, es una suerte de declaración. Si bien la carrera de Solano se encuentra formada –el artista está representado por Karen Huber, por lo que ha tenido presencia en ciertos circuitos mercantiles-, ocupar los muros de la institución en su Gabinete de Gráfica y Papel, da visibilidad, sin extirparle sus características desestabilizadoras, a una práctica visual que suspende las nociones preconcebidas en torno a la pintura –dominación de una técnica; “sublimidad”-, además de plantear realidades que pasan desapercibidas incluso por la misma comunidad a la que Solano, supuestamente, “debería” pertenecer.
Graffiti
Al margen de los relatos sentimentales sobre una condición sexual y de las consignas que claman #LoveWins, Manuel, desentendido de las estrategias liberales basadas en la inclusión usa como recurso visual y estético al humor –elemento que causará el carraspeo de los militantes de lo “políticamente correcto”- para construir un retrato de la influencia de la cultura de masas sobre el cuerpo enfermo y sobre la enfermedad como una vía para la disidencia tanto artística como cotidiana. Punchis Punchis Punchis Pum Pum Punchis Punchis Punchis se conforma de una serie de grafitis. La formalidad de las piezas es contundente. El carácter autoconfesional de la exposición no busca el efectismo: el espectador no es engañado para sentir empatía.
What's Left Of Me
Los museos, cumpliendo su labor legitimadora, la mayoría de las veces dejan a un lado otras maneras de narrar. La exposición de Solano, aún cuando está albergada por una institución, no dejará de provocar interferencias, de poner en evidencia las distancias sociales y estéticas que existen entre el espectador “informado” y la práctica de Solano, subjetiva y descarnada.