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De padres italianos y nacionalidad francesa, el autor de decenas de esculturas, pinturas y obras, poseedor de un gran talento y estrategia, Jean-Pierre Formica, presentó Toreros de Luz en la segunda edición del Festival Internacional de la Luz (FILUX) que se llevó a cabo el fin de semana pasado. Formica nos explicó la demandante técnica que se requiere para lograr tales maravillas, no sin antes hacer uno que otro comentario sobre cómo lo recibió el país.
“Llegué el viernes 1º de mayo a la ciudad de Mérida, y al Distrito Federal el martes 5, ambas ciudades fantásticas, pero con mucha contaminación, y del calor ni se diga, ¿cómo puedes estar así de fresca?”, preguntó. Aunque de fresca no tenía nada, las risas calmaron un poco la intensidad del clima, también saber que de nosotros los mexicanos tiene una opinión positiva, ya que poseemos una “gentileza excepcional, y eso es muy raro”.
El artista ha convivido con toreros desde su nacimiento hasta el día de hoy, lo que hace de la tauromaquia algo muy importante en su vida, pero hay que entender que para él la fiesta brava no es mucho de su agrado. El tema es algo controversial, es un arte al que mucha gente se opone, pues defienden a los toros, pero Jean-Pierre comprende y respeta que no a todo el mundo le gusta la corrida, pues la gente ha cambiado.
“El toro es mágico, el torero es mágico, pero los dos juntos es lo que no me gusta. Me gusta el color, el movimiento, la fuerza, la música, el baile… Es el arte más cultural del mundo porque está la danza, está la música, la fuerza del toro y la tragedia, como una ópera”, confesó.
La exhibición presentada en esta ocasión, fue concebida para la Plaza de Toros de Nimes, donde fue expuesta en 2011. Al ser del agrado del público y la crítica, se expuso en el Museo de Arte Moderno de Céret, en la frontera con España, donde se presentaron las obras de grandes artistas españoles y franceses como Picasso, Salvador Dalí, Chaïm Soutine, Joan Miró, Georges Braque, entre otros, para después llegar a México.
La Plaza de Toros de Nimes cumplía 60 años, por lo que la obra consta de 60 toreros que Jean Pierre conoció personalmente, hechos de fibra óptica que da la ilusión de cristales, cada uno mide 2 metros de alto y fueron hechos mediante la técnica de raspado que él mismo inventó.
“En la ‘tela’ negra que forma parte de la fibra, se raspa el diseño previamente hecho en serigrafía, y esto es lo que permite que sea luminosa. Es una técnica difícil, lenta, y costosa que tuvo que adaptarse al recinto en el que se mostraría, pues al ser un monumento histórico no podía tocar las paredes”, dijo.
Una obra que no sólo debe apreciarse por su belleza, sino por el gran trabajo que lleva hacer cada pieza, y por la experiencia, el esfuerzo y el talento que describe al francés, que no sólo es un gran artista, sino una persona sencilla, divertida y curiosa que indudablemente nos sorprenderá con su siguiente proyecto.