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Uno de los directores más destacados del cine independiente norteamericano está de vuelta con otra de sus sutiles y delicadas piezas, pero esta vez, para bien o para mal, se centra en el ya fatuo tema de los vampiros.
Adam y Eve son dos vampiros que han estado casados por centurias, pero viven en polos opuestos del globo. Adan (Tom Hiddleston) es un ermitaño músico de estudio que colecciona equipo vintage escondido en la ciudad más deprimente de Estados Unidos: Detroit, y Eve (Tilda Swinton) vive refugiada entre sus miles de libros en su casa de Tánger en Marruecos; ambos dependen de dosis privadas de sangre cual junkies ya que la humanidad, a quienes llaman zombies, ha envenenado su sangre con el paso de los siglos.
Sí bien cada uno tiene una vida tranquila, remembrando los mejores momentos de su longeja vida en épocas victorianas y renacentistas, Eve decide visitar a Adam tras notar una persistente depresión en él por culpa de los caminos que ha tomado la humanidad en la que alguna vez creyeron ambos. Es aquí donde temas particularmente ambientalistas y ecológicos salen a flote; se habla de las posibilidades de ahorro energético mediante las enseñanzas de Nikola Tesla, de los fenómenos en la flora debido al cambio climático y, por su puesto, a la imposibilidad de los vampiros de beber sangre de personas con múltiples deterioros en su cuerpo producto de excesos.
Sí bien la llegada del flime a salas mexicanas es un año después de su exitoso debut en Cannes, el tema de los vampiros lleva ya rato fastidiando la oferta cinematográfica, siendo después los extraterrestres y posteriormente los zombies los monstruos del cine que se explotaron durante el último lustro. Pero como todos los mencionados, es la manera de abordar del director en turno lo que le da el giro, en este caso, Jim Jarmusch hace visualmente enriquecedor el viaje y le da referencias intelectuales literariamente demandantes.
La cinta es una comedia con chistoretes y peripecias (claro, se trata de cine de autor, no pastelazo de Hollywood), por lo que al final lo de ser vampiros pareciera ser mera excusa para poder tener dos personajes con cientos de años de edad y como amigo y mentor a un moribundo Christopher Marlowe (John Hurt) quejándose constantemente de las obras que escribió para Shakespeare y se arrepintió posteriormente en hacerlo.
Alabar el talento cinemático del filme sería obviar en las características del propio cine de Jarmusch, por lo que en esta ocasión es también rescatable que fue él mismo quien compuso el score con su proyecto de drone/post rock SQÜRL como acompañamiento para el majestuoso laúd de Jozef Van Wissem, quien obtuvo el premio a Mejor Banda Sonora en Cannes por esta película.
Only Lovers Left Alive es lo más cercano que Jarmusch ha hecho una película dominguera, y si bien maneja un discurso de critica social inteligentemente escondido, su fin es meramente entretener, lo cual hace bien y hasta te deja pensando un rato. ¡Oh, ese Jarmusch!.