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Columbia / 2014
Hay que tener muy claro que éste es el Pink Floyd de David Gilmour, ya que según dicta la historia, Roger Waters fue y será el arquitecto de las mejores obras de la agrupación (no, ni Syd Barrett). Se sabe que dicho material fue realizado a partir de grabaciones rescatadas de las sesiones The Division Bell y que es un homenaje al tecladista Richard Wright, quien falleció en 2008.
No debe parecer extraño el hecho de hayan sido descartadas debido a que, en efecto, eran composiciones de Wright (lo mismo le hacían a George Harrison, John Lennon y Paul McCartney). Ahora con la atención necesaria, el 20°aniversario de The Division Bell y un posible nuevo disco de Gilmour, la mitad de Pink Floyd decidió postergar la leyenda y retrabajar las grabaciones de Wright con un equipo compuesto por Phil Manzanera (Roxy Music) y Youth (Killing Joke, Paul McCartney), entre otros.
Hay algo que parece más una astuta jugada de Gilmour/Mason en lugar de tributo a Wright, puesto que se recurrió a la excusa de hacer de The Endless River un disco de rock progresivo instrumental que por momentos raya más con el new age que con Pink Floyd, lo cual podría dejar a muchos sinsabor.
No se puede negar que tiene el sello indeleble de la guitarra de Gilmour, lo cual es garantía de satisfacción, además de que hay incursiones emocionantes como los ritmos tribales de "Skins", que logra romper la linea lenta y prolongada marcada por la introducción del álbum desde "Things Left Unsaid" hasta "Sum". Pero no lograr llamar la atención de forma épica como incluso lo hizo el Pink Floyd instrumental de "Atom Heart Mother" y "Shine On Your Crazy Diamond", recae en que no se arriesgan en el diseño.
El material toma un camino instrumental en el que es más fácil una improvisación de guitarra que logre un campo sonoro siempre cambiante que la incursión de melodías vocales. Sin embargo, no se impiden los movimientos inesperados y elevamientos de intensidad tan sutiles. Como ejemplo tenemos a "Unsung" y "Anisina", que es sublime por el fundido acústico, sus tenues espectros de voces, la eterna guitarra de Gilmour y un añadido de clarinete que la vuelve delirante.
Hubiera sido más Pink Floyd si se hubiesen hecho 8 temas de 8 o 10 minutos cada uno en lugar de 18 pistas, de las cuales la mayoría no rebasa los 2 minutos. Sería más acertado escuchar al grupo con un acto completo de "Night Light" hasta "Talkin' Hawking", atravesando interludios, movimientos y clímax sin encontrarse con un corte en el que hay más silencio que sonido. Aunque, claro, de haber sido así no hubiéramos notado que "On Noodle Street" parece Roger Waters tocando el intro de "Another Brick In The Wall".
La recta final de la obra encuentra a David Gilmour regresando a su estado natural. Desde "Eyes To Pearls" se perciben los aires de The Division Bell: lapsos durante los que las cuerdas de nylon ganan presencia, pero sin dejar de lado los mantos de Wright, subiendo mediante heroicos coros hasta llegar hacia la cuasi gloriosa "Louder Than Words", canción que Gilmour compuso en colaboración con su esposa, Polly Samson.
Es aquí donde se encuentra el significado de The Endless River, punto en el que Gilmour relata la historia de la banda en frases sencillas pero descriptivamente perfectas. Su voz, aún con el mismo tacto, añeja pero con sabor placentero. Para el último momento, la aparición magistral de la guitarra y su apasionante sentir se logra conjugar, revelando aquello se había esperado a lo largo de las 17 pistas anteriores.
Es claro que The Edless River no se equipara con las míticas obras creadas por el grupo en los años 70 y 80. David Gilmour y Nick Mason saben que esto representa un hasta nunca, por lo cual no han hecho menos de lo esperado ni más de lo necesario. Y claro, es un epílogo capaz de evocar el mismo grado de nostalgia como esperanza, de hacer de la leyenda algo interminable.