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Aquí seguimos, estimados. El día de ayer, segundo día de la segunda versión de Coachella, padeció un calor que, entre otras cosas, hoy nos tiene en proceso de descomposición. Tuvimos el honor de presenciar un concierto de Radiohead al final de la noche; el montaje en el escenario, que algunos de ustedes habrán visto en el Foro sol esta semana, es asombroso: ocho pantallas colgantes, dos laterales del escenario, una horizontal arriba y la del fondo. Discutiblemente, el grupo más importante de mi generación, quienes fuimos adolescentes a finales de los noventa, ante un público, insisto, poco apasionado pero observador. Regresaron dos veces, se despidieron con Paranoid Android, antes Exit Music (for a film) y antes Give Up the Ghost. Un total de 21 canciones que empezaron con Bloom. Supongo, que sólo por Radiohead, subieron los subwoofers laterales del escenario principal que el día anterior mantuvieron al nivel del piso. Todos los actos sonaron más fuerte, más graves, pero Radiohead, que tanto miedo confiesan tener ante este festival de lo impecable, llenaron el espacio de música que describen como irremediablemente imperfecta en vivo.
En otras noticias, St. Vicent se enredó con el cable de su micrófono y se aventó, quién lo diría, al público en el que surfeó. Noel Gallagher tocó nueve canciones de sus High Flying Birds y después lo que estábamos, aunque no debiéramos, esperando: Little by Little y Don't Look Back in Anger; y nos doblegamos. Mi acto favorito secundario fue el set de Buzzcocks, que en esta realidad alterna que duplica aquello sacralizado, el grupo legendario de punk rock de Manchester, provocaba unos varios círculos de slam entre los más jóvenes.
Al principio del festival, Azaelia Banks dejó claro que es la rapera que el mundo necesita. The Shins, antes de Bon Iver, que sinceramente estuvo aburridísimo, nos alegraron la existencia con melodías buena ondita como Australia, Phantom Limb, Kissing the Lipless y ahora, Simple Song, el primer sencillo de su nuevo disco, Port of Morrow.
Ahora, comenzamos el tercer día, cansados esperando nuestro turno para ver los hologramas que suplieron la cancelación de última hora de Black Sabbath.