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La verdadera era de trapo y tenía cara de buena onda, además formaba parte de las miles de Raggedy Ann Doll que se vendieron en Estados Unidos en la década de los 70, nada parecido al diseño que empleado en las cintas El Conjuro (The Conjuring, 2013) y Annabelle (2014).
Para hablar de esta película existe un acto de contrición que el espectador tiene que llevar a cabo: aceptar que se encuentra ante un género de terror chatarra bastante disfrutable, del que han surgido éxitos como Saw (2004), Insidious (2011) y la misma The Conjuring. Todas las hijas virtuosas del terrible y ocurrente James Wan.
Tras haber aceptado el pecado original de este cine de fórmula, que tiene sus orígenes en filmes como la irrepetible Poltergeist (1982) de Tobe Hooper, crucemos el umbral de este nuevo estreno de Warner Bros.
Mucho del carisma de El Conjuro de Wan no surgía tanto de la trama, sino del relato de una muñeca embrujada que aparece al comenzar el relato, y de la que se dice que es real: Annabelle.
Dirigida por John R. Leonetti, esta nueva cinta nos remonta a la aventura de los dueños anteriores de la poseída muñeca, antes de que llegara a manos de la joven enfermera Dona. El filme se sitúa en 1969, fecha en la que la pareja compuesta por Mia (Annabelle Wallis) y Jon (Ward Horton) esperan el nacimiento de su primogénita.
Mia es una cursi y compulsiva coleccionista de muñecas. Para completar su fantasía infantiloide-conservadora de juguetes maternales, Jon le regala la cereza del pastel: la horrible muñeca Annabelle, que mucho antes de estar poseída ya traía una cara punketa drogadicta que no podía con ella. Al poco tiempo, los Higgins, vecinos de la pareja principal, son asesinados por su hija, la practicante de vudú Annabelle Higgins. De alguna manera, emulando la sabia técnica de Chucky, la bruja logra meterse dentro de la muñeca que Jon le había regalado a su esposa. A partir de ese momento comienzan a ocurrir inexplicables cosas en ese hogar: ruidos, voces y materializaciones espectrales.
La estética del filme evoca referencias como El Bebé de Rosemery (1968), El Exorcista y The Omen (1976), entre otras. Como suele ocurrir con este subgénero del horror-doll, el film va trepando en su espiral de sustos, hasta que todo nos es revelado y entonces, al ver al juguete en acción, reímos de pena ajena o lloramos de miedo, dependiendo de la mano del director.
Por respeto al lector no me permitiré mentir, cualquiera de las cintas dirigidas por el buen Jimmy Wan es superior y por mucho a Annabelle; pero ésta última contiene una no despreciable cantidad de escenas bien logradas, firmes y cumplidoras, con momentos muy opresores que garantizan el típico “efecto brinquito” en la butaca.
Los amantes del susto gratuito, casas embrujadas, Cañitas y los cuentos de espantos, la van a adorar y quizás pierdan un par de noches de sueño sin poderle quitar de encima los ojos a alguno de sus juguetes de Chewbacca o de Yoda que guardan celosamente en su repisa. ¿Quién juega con quién?