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Boris: Dulce ruido para toda ocasión

Boris: Dulce ruido para toda ocasión
Boris: Dulce ruido para toda ocasión

Artista(s)

19/Jun/2014

Boris

Noise

Sargent House

2014

En mayo del 2013, el fuego de un dragón japonés fundió nuestros cerebros con su música en directo, el poder de su feedback y el toque mortal de un gong. A un año de distancia, Boris quiere que el Noise no se detenga y por ello decidieron llamar así a su nuevo disco.

“Melody” es el primer zarpazo de sludge y solos espaciales, “Vanilla” es un dulce pero venenoso riff que nos hace mover la muñeca simulando que tenemos una guitarra, dinamismo puro en la creación musical; “Ghost of romance” es un vals con la muerte bajo la luna en la devastada Hiroshima: lo lento y amargo, del letargo a la gloria, el Boris que bien conocemos y que tanto nos encanta.

“Heavy Rain”, lluvia radioactiva en Fukushima, las voces que lamentan y las guitarras que ambientan la desolación; sludge entre alegorías para que todo termine bien, la banda demostrando el perfecto equilibrio entre sub-géneros y armando su estilo propio, porque la experiencia y la creatividad denotan la alteza del trío nipón.

“Taiyo No Baka” es el toque fresco de este material, número 19 en 20 años de historia de esta prolífica agrupación, el resultado de no quedarse en la vibra oscura y melancólica que caracteriza algunas de sus piezas. Boris se arriesga tocando lo que le gusta y emociona, sin buscar sorprender a las cerradas mentes fanáticas de géneros específicos, simplemente porque hacen lo que quieren, ya que nos llevan de los amargos golpes a las guitarras a la dulce forma de crear melodías, pétalos de sakura flotando en el fin del mundo.

“Angel” es otra muestra de que este material bien podría ser un mixtape: lentos devaneos de post-rock, coros que no entendemos pero que dicen demasiado, el inicio como el final con un arpegio hipnótico.

“Quicksliver” es core y destrucción, un golpe en la nariz con sabor a sangre al lanzarse desde el escenario, como si Atsuo te hubiese caído encima emulando su salto a la gente hace un año en el Lunario del Auditorio Nacional después de golpear el gong. Una pieza muy larga para ser tan rápida, un tema intenso como para pasar desapercibido, un sonido más punk que aquellos que intentan imitarlo y que quedarían vencidos por el cansancio, un lento final en falso, porque los golpes apocalípticos emergen, el volcán rompe la cúpula de lava.

Ruidos de fuego que dan paso a “Siesta”, el denso y amargo final. Notas bajas para este alto descubrimiento musical que sirve para entender que no quedarse con un género funciona, que el arte alimenta las mentes, y que el trabajo musical no conoce límites ni etiquetas.