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Capitol / 2014
Tuve la fortuna de asistir a la primera edición del Festival Coachella y en aquella ocasión el escenario principal, durante la primera sesión, tuvo una seguidilla impresionante que contó con Perry Farrell, Morrissey y Beck. Para ese entonces, el californiano presentaba casi con acompañamiento de big-band el Midnite Vultures (1999) y se encontraba en un estado de gracia tal que su peso como figura icónica de toda una generación ya era incuestionable.
Aquel día, el Señor Hansen se movió frenéticamente como si fuera un James Brown de tez blanca; producía un funk mutante lleno de ruido y cachondería. Detrás tenía los años en que cantaba “Loser” y se convertía en un bardo del fracaso y el no future. También había dado muestras de que le encantaba la música de mariachi o que podía iniciar toda una revuelta callejera con tan sólo dos tornamesas y un micrófono.
Siempre se mostró como un compositor e interprete impredecible e inspirado que todavía encontraría vertientes inéditas para traer a su terreno, como el folk más acústico y algo de la bossa nova. Sea Change (2002) fue un disco hermoso y reposado en el que explotaba su lado más silvestre y campirano, ¿Quién hubiera pensado que en el 2014 regresara a él para tenerlo como punto de partida de un nuevo trabajo?
Morning Phase (Capitol Records, 2014) funciona como una segunda parte igual de soleada y luminosa. Canciones acabadas con paciencia de orfebre, arreglos detallistas y ritmos muy lentos. Para que no hubiera duda de su vínculo con aquel opus convocó a la mayoría de participantes de antaño para que reunidos durante 3 días y encerrados a piedra y lodo sacaran adelante un conjunto de temas reposado, emocional.
Sin problema imaginamos a Beck tirado a la mitad de su jardín, pulsando la acústica y cantando con el sentimentalismo aflorando, como en la conmovedora “Blue Moon”. Pudo librar de buena manera aquel prejuicio de que “nunca segundas partes fueron buenas”. Esta lo es y mucho. Además a muy pocos como a él le sienta bien el espíritu neo-hippie
Ha sacado máximo redito de abrir un lapso de 6 años sin disco completo, de producir mientras tanto a gente como Thurston Moore y Charlotte Gainsbourg o bien retrabajar y reconstruir el material de Philip Glass. Hoy día tiene 43 años, se encuentra en plena madurez y ello le sirve para dar con bellezas como “Heart Is a Drum” o la triada formada por “Cycle”, “Wave” y “Phase”, en la que lucen los delicados arreglos realizados de nuevo con David Campbell, su padre.
Con 12 álbumes a su nombre, gran nivel técnico e interpretativo, Beck ha llevado un paso adelante el arte antiguo de aquel que pega primero, pega dos veces. Es ya un clásico de nuestros días –en más de un sentido-. Ya vendrán los días en los que retorne a la música de baile desenfrenada y más experimental, mientras tanto debemos de disfrutar de su paso por el recogimiento y la contemplación. Que el estado de gracia se prolongue por mucho tiempo.