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Durante un fin de semana al año, el parque Domaine National de Saint-Cloud, situado en una franja a la orilla del río Sena, al oeste de París, se engalana con la presencia de este festival, uno de los más importantes del país galo. Buena organización, cuatro escenarios perfectamente montados y puntualidad al inicio de los conciertos caracterizaron este evento, que resulta el pretexto perfecto para alejarse del caos turístico que la capital francesa representa durante el verano.
Además de la presencia de los principales exponentes musicales, los asistentes encontraron un festival repleto de grandes actuaciones. Pero con el fin de verano acercándose, los parisinos ponían su entusiasmo mucho más allá de la música, en espera de un fin de semana soleado, vino, pasto y árboles y el rencuentro con muchos amigos después de las vacaciones largas.
La organización del festival fue digna de cualquiera de su similares en Europa. La gran diferencia está en la actitud y comportamiento de los espectadores. Distante del entusiasmo desbocado que suele verse en otras latitudes, los parisinos casi nunca pierden la pose ni el encanto, ni para cantar y mucho menos para bailar, lo cual se agradece mucho, pues se puede ver un festival completo sin que te tiren chela encima o te griten todas las rolas al oído. Posiblemente esto último podría explicarse debido a que no muchos franceses dominan el inglés y las bandas francófonas fueron la gran excepción. Incluso Phoenix, su principal representante, carece de canciones en su idioma, lo que provocó algunos silencios incómodos durante el concierto cuando la banda pedía coros del público.
Aunque el festival dura tres días, nosotros solo pudimos disfrutar dos, en los que Belle and Sebastian se presentó con gran claridad de lo que su música representa; incluso invitó a algunos asistentes a subir al escenario. Todo empezaba con tonos naturales y felices. Con tremenda actitud, la gente se puso en humor de festival desde las primeras horas. Tal sentimiento se complementó más tarde con las alucinantes rolas de Tame Impala y los experimentados The Pastels.
Aunque tocó en un escenario secundario, Kendrick Lamar logró mover a todo el público. Con brincos y coreos, la gente parecía mandar un mensaje claro: "bitch, don’t kill my vibe". Con el mismo ánimo se presentaron actos como Vitalic Vtlz, Paul Kalkbrenner y alt-J, estos últimos se mostraron ante la concurrencia como si llevaran décadas tocando, con mucha seguridad y el respaldo de un disco impecable que reproducen a fidelidad. Durante este acto se pudo apreciar una bandera mexicana en todo lo alto apoyando a los británicos.
Nine Inch Nails fue una de las mejores presentaciones, y dejó ver su peculiar vitalidad en el escenario, además de su conocido espectáculo de luces. El público se brindó a ellos y lograron atraer seguidores de todas las edades. Por otra parte, Franz Ferdinad y Black Rebel Motorcycle Club se exhibieron imponentes, con mucho talento y fureza en las guitarras. La gente estaba conectada y esto quedaba muy claro en escenarios más pequeños con presentaciones como Laura Mvula, quien a pesar de su corta carrera no le costó nada echarse el público a la bolsa, lo mismo con el colectivo francés Fauve.
Phoenix, que cerró el segundo día, apareció como grupo principal ante su propio público. Con gran sincronía y algunos visuales de París y Versalles, el grupo mantuvo enganchados a los espectadores durante todo su concierto. El gran momento se presentó cuando Thomas Mars decidió cantar abajo, cruzar entre la multitud hasta la torre de sonido y regresar en un larguísimo crowd surf hasta el escenario.
El festival fue la oportunidad perfecta para disfrutar los últimos días de verano con todo el estilo francés. La gente atenta y contemplativa a las presentaciones, el ambiente festivo y relajado y, por qué no, echarte un bocadillo de foie gras o un vinito con Tame Impala de fondo, como si fuera lo más natural del mundo.
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Cobertura especial en París, Francia, realizada por Gustavo Rangel (@gusrangel) para Indie Rocks!