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Llega esta semana a salas capitalinas El lugar donde todo termina (The place beyond the pines, 2013), la nueva cinta de Derek Cianfrance, director de la excelente Blue Valentine (2010).
De modo similar a su antecesora, Cianfrance parte la narración de El lugar donde todo termina en etapas. La historia comienza con la aventura del bandido Luke (Ryan Gosling): un acróbata de motocicletas que va de pueblo en pueblo ejecutando un acto que consiste en entrar a una esfera metálica y girar a máxima velocidad atrapado en un hechizo visual y circense donde todo puede salir mal, acto que simbólicamente se transmutará en la metáfora de su camino a seguir.En una de sus paradas conoce a una joven de nombre Romina (Eva Mendes), a la que deja embarazada. La preocupación por hacerse cargo de ella y su pequeño hijo llevará a Luke a iniciar su carrera delictiva.
La segunda parte de la historia surge desde la mirada de Avery Cross (Bradley Cooper), el oficial que persigue al motociclista. La fase final del relato se centra en Jason y A. J., los hijos del ladrón y del policía, y es ahí donde los personajes accederán a su inevitable encuentro con el pasado, una violenta anagnórisis de la que no saldrán tan bien librados.
La película encarna un drama bastante bien logrado y construido que cae como agua fresca en estos días de blockbusters, una visión oscura de ese Estados Unidos proletario y desesperado. Al respecto, agrada mucho esa estética white trash en la que Cianfrance ha metido a Gosling desde Blue Valentine; en esta cinta podremos ver al actor vestido con un jersey de Metallica paseándose de un lado a otro cubierto de tatuajes. Por otro lado, la vertiginosa narrativa de este director mantendrá al espectador intrigado con esta trama que como la moto del protagonista, también habrá de girar en círculos; esta es una de esas películas donde no se puede predecir el destino del héroe.
Una historia tejida como aquella rueda de circo que aparece al principio de la aventura, donde el sendero de los protagonistas se cruza una y otra vez hasta que alguien intente romper la maldición del pasado. Pero la única maldición de estos personajes es ser demasiado humanos, demasiado vulnerables y débiles ante sus pulsiones, quizás tanto como el espectador que los contempla desde su asiento.