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La noche se cubrió de un aura eléctrica cuando Crosses ††† tomó el escenario, envuelto en penumbra y humo. Desde el primer acorde de “Invisible Hand”, el público fue arrastrado a un mundo donde lo etéreo y lo visceral se entrelazan. Chino Moreno, con su característico susurro que se convierte en grito, comandó una ceremonia cargada de misterio y seducción, mientras la atmósfera palpitaba al ritmo de sintetizadores oscuros y guitarras que parecían lamentarse.
Cuando “Ghost Ride” retumbó en el recinto, fue imposible no sentirse atrapado en un viaje espectral. La combinación de percusiones pulsantes y melodías melancólicas evocaba un trance colectivo, como si todos los presentes compartieran un secreto inconfesable. Más tarde, “†his Is a †rick” se sintió como un mantra, con su magnetismo hipnótico que invita a rendirse al abismo.
El clímax llegó con “Girls Float † Boys Cry”, una balada inquietante que parecía arrancar suspiros del alma. Cada palabra, cada nota, se sentía cargada de un anhelo casi tangible. Cuando la banda regresó para el encore con “Goodbye Horses”, transformaron el cover en un himno de luto y belleza, cerrando con “†elepa†hy” y “Op†ion”, dos piezas que resonaron como un eco persistente en la oscuridad, mucho después de que las luces se apagaron.
El sonido fue impecable, con una ecualización precisa que realzó cada matiz de los sintetizadores y la voz espectral de Chino Moreno. Las guitarras sonaron con una potencia abrumadora, mientras el bajo y la percusión retumbaban con una claridad que envolvía a los asistentes. Fue un espectáculo donde la música, tan cruda como refinada, se convirtió en una presencia casi física, atrapando a todos en su hechizo. Crosses ††† no solo tocó; dejó una huella imborrable en nuestra mente y corazón.