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Lo que Lillian Roxon inició en 1969 con la edición la “Enciclopedia del rock and roll”, la primera que le dio relevancia al género y que de muchas maneras creó líneas de trabajo e impulsó el canon dentro del rock y géneros derivados, ha crecido con la repetición de historias y la edición de otros tantos libros que no han hecho mucho por cerrar la brecha de datos sobre las mujeres en la música, validando a unas cuantas y estableciendo tendencias como si fuera algo pasajero y sin continuidad. Tan solo por poner un ejemplo, en el 2005 fue editado "1001 discos que hay que escuchar antes de morir", solo se incluyeron 116 realizados por mujeres, 11% del contenido del libro destacaba la obra de cantantes y músicas, por lo que las recomendaciones para llegar al XXI partían del concepto de lo dispensable, nuestra historia.
Nuestra historia carece de datos, por eso tenemos pocas anécdotas registradas. Nuestras canciones y discos no son nombrados como clásicos, han sido anulados del registro periodístico y rotación en estaciones de radio, excepto como cuerpo. Los que han escrito nuestra historia por lo regular terminan contando los logros masculinos, un ejemplo es “Las chicas son rockeras” de Miguel Ángel Bargueño, que cuenta nuestros logros desde un piso nivelado por el canon.
La realidad es que nuestra historia apenas se está contando, por eso es tan importante que la registremos desde la perspectiva de género. Al reivindicar el derecho a hacernos escuchar, encontramos las particularidades de cada acto exaltando la diversidad cultural, social, religiosa, racial y sexual, reconfigurando la compleja red de opresiones que funcionan como filtros de eliminación y los que tenemos que tener en cuenta para seguir poniéndonos al centro de la narrativa, cambiando los mensajes, anulando estereotipos y la perspectiva heteronormada.
Como comprobaría Vivian Goldman en sus primeros años como periodista de The Sounds, algo que comenta en Revenge of the “She-Punks: A Feminist Music History”, las mujeres no eran de interés, por eso se han documentado poco, es un trabajo reciente, la mayoría de los libros que existen, se han realizado a partir de la década de los 80 y no todos con perspectiva de género. La metodología se ha ido puliendo, por eso no es de extrañar que la primera visión que tengamos de las mujeres en la música sea como acompañante, adoradora, musa, groupie y bailarina en una jaula.
En años recientes la narrativa ha cambiado, las periodistas que queremos visibilizar nuestra historia encontramos más espacios y las músicas encuentran más propuestas para escribir su propia perspectiva, tan solo piensen en la cantidad de autobiografías que se han editado en los últimos 15 años, ambas posibilidades solo podrían lograrse con las que han roto el techo y entienden la importancia de colocarnos al frente y al centro, que abren los espacios para escribir, grabar programas y podcasts, producir películas y series de televisión.
Los mejores antecedentes que tenemos de este cambio, y evidencia de verdadero análisis, vienen desde la academia en la década de los 80, encontramos no solo ciertas conexiones con el punk, también detectamos que los estudios sobre la mujer llevan la música a tesis de licenciatura, maestría y doctorado, estableciendo herramientas y formatos de investigación que construyen la casa de las diferencias en el relato periodístico, la visión cinematográfica y en el 2022, finalmente, en la televisión con la llegada de “Women Who Rock”.
La serie dirigida por la también escritora y periodista Jessica Hopper, transmitida por Epix en Estados Unidos, retoma muchos de los nombres validados en otros relatos, pero por primera vez nos muestra rockumentales que parten de la metodología feminista aplicada a la música para desarrollar arquetipos. En cuatro episodios vemos algo más que listas para visibilizar y la repetición de actos tan solo para cubrir la cuota, tiene una agenda, toma de conciencia y construye escenarios.
No es el primero, por supuesto que no (ya les he compartido otros proyectos, incluso desde Latinoamérica), pero es importante destacar la continuidad de esta narrativa, es una visión que cada vez está más presente en medios masivos. El universo androcentrista se rompe en cuatro partes, ofrece otra visión de la historia de la música, construida completamente a partir de las voces y visiones de las mujeres, abordando temas como la autenticidad, exclusión, acoso (sin tener que violentar ningún cuerpo para que se comprenda la idea), maternidad y creación de espacios a partir de la construcción de redes de respeto y trabajo.
Aunque Hopper eligió un título conflictivo por la manera en que se ha utilizado la frase (recuerden aquella portada de Rolling Stone sobre rock con figuras pop), quiso reinvindicarla para iniciar una serie de proyectos, entre ellos la expansión de su historia en Vanity Fair sobre Lilith Fair. La autora de “The First Collection of Criticism by a Living Female Rock Critic” y “The Girls' Guide to Rocking” ve a “Women Who Rock” como entretenimiento que conecta puntos visibles pero omitidos, crea una genealogía musical matrilineal e interseccional que debemos observar y digerir como consumidoras de música.
Desde la introducción vemos las diferencias, no solo es el contacto con formatos y tecnología, “Women Who Rock” inmediatamente nos revela que las historias que estaremos observando son de ellas y nosotras como generadoras de cultura, impulsoras de tendencias y sujetas de estudio. Encontramos referencias y contextos, crea una identidad colectiva, muestra mujeres de múltiples dimensiones enfrentando diversas formas de opresión, analiza procesos creativos y enlaza eras entre diferentes nombres para dar congruencia a la linea de tiempo donde siempre hemos estado presentes.