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Que te guste es normal, lo vi en tu historial.
Mientras se avivaba el sartén una resonancia llegó a mí. No identificaba qué era y mi cadera comenzó a hacer movimientos en círculos; mis talones, al igual que los hombros, subían y bajaban al ritmo del beat. No entendía la letra, mucho menos qué narraba la canción, solo alcanzaba a escuchar un rap austero y una guitarra parecida al sonido de Nile Rodgers. La música comenzó acercarse a mí por medio de un comercial en YouTube. Era un género diverso, sin poderlo etiquetar, generando un conflicto como encrucijada que perforó mi raciocinio egocéntrico: estaba danzando reggaetón mientras alistaba un omelete.
Llegó a mí un recuerdo de mi adolescencia cuando un nuevo sonido se instalaba en el ambiente, lo descubrí en la playa con una canción nombrada “La gasolina” interpretada por un tal “Daddy Yankee” que, curiosamente, presumía la palabra “reggaetón” como un prefijo entre “reggae” y “maratón”; siendo honesto no decía nada, pero generaba mucho en la sociedad. En esos años el reggaetón y el ska sufría un quién vive denso que me tenía sin cuidado, pues estaba en la segunda atmósfera. Con el paso de los años el género latino montado en reggaetón tuvo escalas altas y bajas, yendo y viniendo en la moda musical. Mejoró su camino en el entorno social y fue en crecimiento su reproducción e interpretación.
Cuando el mundo de las social networks despegó incontrolablemente, ese sonido que mantiene influencias de ritmos latinos-caribeños mezclando reggae, dub y dancehall también arrancó su viaje en la popularidad. Dicen que nació en Panamá, otros que en Puerto Rico o Colombia con influencias del hip-hop clásico. Aunque siento ahora da igual el contexto o que si nació en los ochenta con Vico C o El General, lo relevante es que es un género que suma sonidos de diversas cadencias musicales que sin importar suenen bien, solo conectan para el entorno que desea sonarlo.
Mientras mi desayuno esperaba ya servido, la reflexión en mí parecía un absurdo “sufrimiento”. Recordaba ese descontento personal con el que castigaba ese sonido, el mismo género que la década pasada alimentábamos de rechazo por considerarla una música básica, de sonidos repetitivos y poco creativos e innovadores; un ritmo de letra vulgar, incorrecta y misógina. Canciones simples sin profundidad y estudio, de intérpretes inexpertos sin esfuerzo sonoro. Se marginaba a los escuchas del reggaetón como seres de poca inteligencia. El reggaetón era mal visto masivamente, ese era mi descontento. Ya comprendí el error.
Así bien, intentando servir café, reconocí que el reggaetón ha acaparado el mercado en los últimos diez años. Un sonido arrítmico e injustamente culpado (que más que injustamente, incorrectamente) que muestra una nueva manera de sonar el entorno y lo que ocurre en el presente, siendo éste el presente. Un sonido que acapara el mercado en el que se suben talentos veteranos para llegar a las nuevas generaciones mismas que, discúlpame lectore, vivirán más que nosotres. Es este el sonido que acompaña a las personas que viven el mundo inmediato y desesperado que acurruca “famosos” cuando la fama no es sinónimo de talento.
La canción que sonaba se repitió (yo la repetí). Mis clichés se fueron despejando cuando revelé que, de entrada, la misoginia se elimina cuando es una mujer la que canta la melodía. Y aunque pide un sexo desenfrenado, pierde toda agresividad lirica. Cuando ésta se reproducía descubrí que la prudente, falsa e inactiva moralidad fungía como policía de lo “correctamente aprobado” ante un fenómeno que está abriendo el lenguaje al poner sobre la mesa sonóricos términos, vocabularios y tendencias que desde el rock psicodélico no se deslumbraba.
Intentando dar el primer mordisco al alimento del tenedor, comencé a informarme sobre esta situación y me sorprendió saber que el idioma español estaba llegando a todos los continentes gracias a las canciones de reggaetón y sus ramas; las personas en todo el mundo corean melodías en el idioma propio, considerando que hace un lustro el español también sufría castigo al ser discriminado como tercermundista. En países desgraciados como el americano ha abrazado mañosamente el sonido, dejando de lado poderosos géneros instrumentales. Ahora el auto tune y la consola automática es el índice que señala el ritmo musical. I am sorry, corean. Es este el ambiente que se vive en el entorno digital y la existencia musical; las premiaciones mundiales se enfocan en este género, las redes sociales, los consumidores y los grandes negociantes de la industria de la música también. ¡Están llenando estadios que muchos han anhelado! La música es un negocio, socio, rapea Residente. Ya sabrá el escucha para qué utiliza este negocio.
Heme aquí, enjuagando los trastos del desayuno zangoloteando los brazos entre un rapeo y un movimiento erótico. Este treintón se agita con ritmos modernos que, sin saberlo, no entiende cuánto vivirán y que están superando lúdicamente a grandes agrupaciones con décadas de trayectoria; reitero: lúdicamente. El entorno anticuado me castigaría por traicionar mis playlist en streaming. Bah, qué más da… simple y sencillamente es un ambiente rítmico que está atrapando el entorno emocional y coloquial. Claramente no estamos listos para desaprender lo aprendido, agarrar una bicicleta que va al sentido contrario y que sin importar se tenga un gran aprendizaje musical con preciados exponentes de éste, cerramos la puerta a otro formato de creatividad.
¿Quién designa que el jugueteo de diversas ideas, por pedorras que sean, se considera creatividad? Es un simple sonido, un espacio y contexto diferente al que las generaciones han lamentado. Un ritmo pegajoso que funciona para alimentar el ambiente y el entorno, que se activa como sinónimo de fiesta y antojo; es un romance distinto al que vivíamos en generaciones anteriores porque, dime tú, ¿qué no ha cambiado en estos tiempos? Es aquí la normalidad musical: canciones con un mismo beat pero que exploran sonidos que ni ellos aprecian, aunque intentan sonar distinto el uno del otro. Con letras de una modernidad cursis viviendo en un mundo de prontitud, potente inmediatez y de un explotado negocio musical.
Grandes exponentes de la música han enjuiciado el presente en el que nos encontramos, la facilidad de la fama y el descontrolado impacto que se tiene; poderosos medios de comunicación, sistemas de gobierno y activas sociedades han buscado castigar el género con prohibición en este mundo de cancelaciones. Son claramente los círculos moralistas de falsos/altos niveles de prudencia los que insisten mantener una era sin evolución ni libertinaje. Cada quien lucha por su correcto presente propio… y está bien, siempre y cuando no interfieran en generaciones que, sin duda, lejos están de entender.
El tiempo dedicado al desayuno se ha agotado. Es momento de continuar la rutina con un sonido de fondo que se hace llamar “Walk” de Pantera, porque el reggaetón no está peleado con otros ritmos, más bien somos nosotros los que los echamos a pelear por el simple y sencillo hecho de que no hemos dejado de ser borregos pecaminosos que muerden el mismo pastal crudo.
Aunque nos duela, el reggaetón llegó para instalarse como el soundtrack de esta generación, aunque muchos ladremos sin morder pero deseando ser parte de una historia de esas, como gatillos matando a una cucaracha. Porque hay letras que pa’ decir la verdad no necesitan estar borrachas. Pa' ser franco… esa honestidad barata no les va bajar la bombacha, perrea Nathy Peluso.
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