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Canoro: [Capítulo 16] El ensimismado encuentro de las piedras coloridas

Canoro: [Capítulo 16] El ensimismado encuentro de las piedras coloridas

01/Mar/2022

Y tú, ¿ya tienes tu tal para cual?

Compartimos el mismo tiempo y el mismo lugar.

Era momento de que Manola cambiara de residencia. Ya llevaba años en esa misma isla que en un inicio lucía de un color fosforescente con palmeras firmes, de graba llamativa y que ahora todo es pardo. Aunque ella no habla, estoy seguro que me lo dice con su mirada rasgada; una tortuga también merece privilegios. Así que me decidí a visitar una tienda de mascotas en el sur de la ciudad para remodelar por completo su hogar.

Colocando mis productos en una canasta me dirigí a la caja; si tan solo Manola me agitara un poco más veloz la cola, me haría sentir que vale la pena el gasto. En el mismo momento en el que intento sacar mi billetera, una persona conversa con un sujeto de la tienda; era una voz inconfundible. Lancé su nombre en tono de pregunta, aun siendo consciente que conocía la respuesta. Catalina era una antigua conocida de mi época de preparatoria, la chica más atenta y entregada al colegio, las clases y los promedios que logro recordar; de sonrisa morena y cabello estrictamente recogido; de padres sobreprotectores y de un outfit retacado y prudente; con pequeña estatura y calzado sin tacón. Una discreta pero coqueta señorita a la que le sujetaba de la mano para presumir un infante romance en el recreo, divino hasta que los prefectos del colegio nos separarán. Ella era mi salvadora en aquella época: quien me apoyaba, cuidaba y guiaba, aunque a los 16 años de edad no se sabe el significado emotivo de los verbos pretéritos en una situación amorosa.

Cuando respondió a la pregunta de “¿Catalina, eres tú?” en su mirada reflejó desconocimiento y desconfianza sin intriga ni emoción. Estoy seguro que ni me reconoció, lo sé porque me tuve que presentar dos veces: afortunadamente soy bueno en eso ¡domino muy bien mi nombre! Siendo honesto me sorprendió un poco: siempre pensé que era la alumna más inteligente de aquel colegio y resulta que su memoria es porosa, pues no me hallaba. Y aunque estoy seguro pasó poco tiempo para que me sonriera debajo del cubrebocas y ─ahora sí─ se emocionará, para mí fue una ligera pesadez. Después de saludarme cordialmente (con un choque puños por la nueva normalidad), nos dedicamos a ponernos al corriente de nuestros presentes.

Se encontraba de visita en aquella tienda en busca de un arenal para sus gatos, al parecer su esposo se los había regalado en su aniversario de bodas. Ahora radica en unos apartamentos en Pedregal y es química farmacéutica. Dice que “le va bien y es feliz”. Conduce una camioneta dorada, la misma que está estacionada con un sujeto en el lugar del copiloto a un lado de mi Chevy, no dudé en sospechar era su hombre. Portaba un vestido azul holgado sin ningún indicio provocador, con el cabello sujetado (como en la preparatoria) y unas sandalias elegantes. Supuse que sigue siendo católica y que visita a sus padres de manera seguida, lo sospeché porque venía de misa y se dirigiría a comer con sus viejos. Continua su vida sin contacto alguno con aquellos excompañeros estudiantes y no tiene hijos.

Al final de la breve conversación, me cedió el lugar para pagar mis artículos y se despidió con un “hasta pronto”; de hecho, me recomendó más la graba rosa que la mezclada de colores que había elegido para Manola. No compartimos números telefónicos ni tampoco acordamos “tomar un café”. Solo chocó mi puño y salió de la tienda. Ahí terminó aquel encuentro después de 15 años de distanciamiento.

Mientras el joven detrás de la pantalla de recepción cambiaba el rollo de la terminal bancaria, mi mente comenzó a recapitular aquellas facetas de mi adolescencia: el cuándo, cómo y por qué la conocí; la manera en la que comenzó y la razón por la que finalizó ese amorío de bachillerato. Los recuerdos paneaban en mi cabeza asoleada en un breve instante. Por un momento ─no se debe mentir─ despertó un poco de interés de mi parte al volverle a ver formada y primorosa, pero después se recapitularon los cruces de motivos por los que algunas personas no consiguen estar.

Mario Benedetti decía que “la mariposa recordará por siempre que fue un gusano”, una metáfora que me ayudó a comprender el suceso y el pábulo. El por qué las personas lucen más divinas cuando están consigo mismas… y de eso deciden compartir. Después de un parpadeo recordé el cuestionamiento de la infelicidad y fantaseé en “lo que pude ser”. Para qué. No pretendía obsequiar gatos sabiendo de mi alergia por los felinos, aunque a ella le fascinen; no hubiese aniversario porque no hubiera habido boda; no comprendo la química y me da comezón las zonas glamurosas con exceso de plusvalía. Es incómodo para mí conducir una camioneta por mi fobia a las máquinas robustas y claramente el dorado no es un color que acepte si no es en una playera de los Pumas; mi cuestionamiento ante el catolicísimo es el tema más embarazoso en la mesa cuando saco la conversación y tiene tres meses que no visito a mis padres. En conclusión: poca empatía mutua en tan mínimos y ambiguos ejemplos.

Aun con todo ello me dio gusto encontrarla, esos topes extraordinarios dan un respiro de alegría. Me causó satisfacción verla y sentirla bien; sus palabras lo expresaban. Es primoroso aceptar que uno quiere bien a la gente que aprecia… sin tener que estar atados a lo mismo. Ahora comprendo cómo es importante dejar ir a las personas para que encuentren algo mejor. Qué importa que Catalina y yo fuéramos parte de la misma historia y fuéramos en la misma prepa, ¡mch! yo siempre fui una lacra y ella del cuadro de honor. Dice Alejandro Lora que las piedras rodantes se encuentran, que la vida juega bromas y el destino traza caminos para que cada quien se fuera con su cada cual; ahora entiendo porque es el sabio del rock & roll. Mientras tanto, que Catalina se cuide y que la bendiga su Dios; espero que no hagas nada malo que no hiciera yo.

El desesperado empleado de la tienda de mascotas me regresó a la realidad ensimismada instando con un tono aguerrido que pagará ya. Al final decidí llevarle a Manola la graba colorida pues las piedras rosas, según yo, no va con su guarida; creo conocerla y espero sea yo el tal para cual de aquel animal.

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