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En su segundo largometraje de ficción, el cineasta gallego Javi Camino desarrolla una trama filmada con un bajo presupuesto, la cual tiene lugar en una zona rural de Galicia, y es protagonizada por el personaje que da nombre al filme (interpretado por Pedro Brandariz Gómez), un adulto con mentalidad infantil quien vive al cobijo de sus padres, y es visitado regularmente por Millan (Juanma Buiturón), un vicioso bueno para nada que resulta ser su hermano.
Aunque a veces Jacinto es maltratado por su condición mental y ocasionalmente es bulleado por los jóvenes de la comunidad, su vida transcurre relativamente feliz; cuidando a un cerdo con el cual se ha encariñado, y entregado a su afición por las películas de horror proveídas por su hermano.
Alexandra (Anxela Baltar) y Ana (Corinna Rautenberg), dos chicas metaleras llegan un día a esa apartada localidad, y se instalan en una casa abandonada propiedad de la primera, donde pasó su temprana infancia. La intención original detrás de su llegada obedece a su necesidad de encontrar un lugar idóneo donde inspirarse y componer temas musicales para un álbum que están preparando. Pero Alexandra tiene sus propios planes, los cuales incluyen la grabación de diversos videos con tintes survivalistas para su canal de YouTube. Ello y otras situaciones descritas en el filme, delatan que lo que realmente le interesa a la joven es conseguir popularidad y muchos seguidores en redes, y ello se traduzca en ganancias monetarias.
Cuando Jacinto se encuentra con ellas, su mundo se ve trastornado, e influenciado por sus creencias y por lo que ve en sus películas (así como por un prejuicio fomentado por diversas personas en su entorno), se convence de que sus nuevas vecinas son en realidad diabólicas vampiras prestas a hacerle daño a él y a los suyos. Esto, aunado a una serie de incidentes y desencuentros que se dan en las semanas siguientes, alimentan su peculiar creencia, lo cual traerá consigo consecuencias graves que conducirán a los personajes a un desenlace violento y trágico.
Con Jacinto, su director crea un filme de modestas pretensiones, en cuyo microcosmos condensa algunos elementos y sucesos suscitados durante el Satanic Panic que se desató en Estados Unidos durante la década de los ochenta, y cuya paranoia alcanzó a diversas manifestaciones culturales de esos años, principalmente al heavy metal. Y los combina con otros relacionados con la imagen y actitudes de las bandas europeas (especialmente las noruegas) de black metal de los 90. Y así concibe un relato de horror con tintes slasher, folk y algo de humor -y riffs metaleros-, cuyo eje central son las desastrosas consecuencias que resultan de una ignorancia, soberbia, e intolerancia rampantes.
En ese universo escaso de solidaridad, comprensión y comunicación planteado por Camino, sus personajes (ambiguos moral y éticamente hablando) actúan conforme a dos motivaciones principales. La primera de ellas se desprende de una serie de prejuicios, miedos y odios los cuales, al acumularse; los impulsa a cometer acciones cuestionables si no de plano abominables en contra de sus semejantes.
En la otra cara de la misma moneda, están esos personajes quienes se conducen movidos por sus intereses personales, haciéndolos actuar de manera deleznable y llevándolos a manipular a otros (aprovechando sus ingenuidades, debilidades y miedos) para conseguir sus fines, afectando con ello a quienes, sin deberla ni temerla; se atraviesan en su camino. Y el epílogo de la historia aunque satírico, resulta devastador: siempre habrá alguien que consiga aprovecharse de una situación (no importando lo terrible que esta pueda ser) para llevar agua a su propio molino. Así, Jacinto es una comedia negra que habla de realidades muy oscuras.