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Renovarse o morir ha sido la única constante en la trayectoria de un conjunto nacido durante los albores del nuevo milenio. El fin del mundo no llegó y la Tierra tampoco fue conquistada por alienígenas como lo ha presagiado Hollywood pero lo que sí ocurrió fue la unión de cuatro virtuosos músicos. Mientras que en contraste con un nombre tan simple como Battles el resultado sonoro es tan complejo como una ecuación matemática. Así ha sido desde un comienzo y es una característica que no se piensa abandonar.
El árbol tiene sus raíces en conjuntos tan diversos como Don Caballero, Lynx, Helmet y Tomahawk. Aunque existe una clara inclinación hacia el rock tampoco se trata del único género del que se alimentan los integrantes. La búsqueda de nuevos horizontes condujo hasta la música electrónica y los sonidos experimentales. Todo junto y muy bien revuelto dio como resultado una mezcla amorfa que suena a muchas cosas pero con un estilo personal.
El entonces cuarteto consiguió un álbum debut que tuvo una buena recepción tanto en crítica como en ventas. El video de “Atlas” fue uno de los últimos éxitos de MTV antes de transformarse por completo en un canal de reality shows. Pero entonces llegó uno de los primeros cambios internos que provocó un tsunami. La renuncia del cantante durante la grabación del segundo LP marcaría una transformación sin retorno pero fue un riesgo de doble filo que se tuvo que enfrentar.
Sin tiempo para los lamentos, el ahora tridente conformado por Dave Konopka (bajo, guitarra), Ian Williams (guitarra, teclados) y John Stanier (batería) cambió su forma de trabajo pero sin perder la esencia mostrada en el primer disco.
El resultado de esta nueva faceta de Battles se materializó en 12 composiciones que reafirman el gusto por los cambios de ritmo y las estructuras poco ortodoxas. Los amantes de las canciones de verso-coro-verso de tres minutos se van a sentir decepcionados porque aquí nunca las van a encontrar.
Desde la inicial “Africastle” comienza la sesión con unos azotes de batería que coquetean con el free jazz delirante de Charles Mingus. Mientras que la guitarra y los teclados generan un ambiente claustrofóbico. Todos los elementos se complementan sin que existe uno que sobresalga. Son una cooperativa en donde todos tienen el mismo peso y valor.
Por otra parte, una diferencia clara de este trabajo con respecto al anterior es que contó con diversos cantantes invitados. El primero en aparecer es Matías Aguayo, quien convierte “Ice Cream” en un carnaval de felicidad. Su manejo de los beats se siente presente y al igual que hiciera The Clash en su momento, combina algunas frases en inglés con otras en español con total naturalidad.
El desfile continúa con "My Machines" en donde la estrella ahora es Gary Numan. La combinación con uno de los máximos emblemas del new wave parecía imposible pero si algo ha demostrado la música es que todo puede ocurrir. Mientras que para "Sweetie & Shag" el invitado es Kazu Makino de Blonde Redhead. En su caso se obtiene una pieza con un sonido mesurado que sirve de relajación.
La lista de invitados culmina con "Sundome" en donde la voz que se escucha es la de Yamantaka Eye, fundador de Boredoms y uno de los máximos emblemas del japanoise. La composición es la más extensa del disco al prolongarse por poco más de siete minutos y aunque se podría esperar una bomba musical al final se obtiene un tema equilibrado que funciona como punto final del material firmado por el sello inglés Warp Records.
Como un punto de inflexión entre un inicio como cuarteto y una futura transformación en dueto, el segundo trabajo de Battles se mantiene como una obra completa. El combo jamás ha seguido las estructuras convencionales en sus canciones, pero eso no ha sido una barrera para posicionarse en el gusto de miles de fanáticos. De la rareza siempre nace el amor.