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Merge Records / 2020
16/Abr/2020
El pasado no se puede cambiar, sus palabras están escritas con marcador indeleble, son difíciles de borrar y en todo caso siempre quedan rastros de arrepentimiento y dolor. Existen sombras que nunca desaparecen. Y aunque también hay buenos momentos, las personas tendemos a mostrar una atención irremediable a los malos aspectos de la vida. El arrastrar todo esto puede llevarnos a puntos de agobio, puntos en los que una enorme aflicción nos impide continuar, donde las cosas tienen que cambiar, donde un grito de desesperación se produce desde nuestro interior, una imploración a volar aun cuando las nubes luzcan espesas y el cielo proyecte la crueldad del color gris. Katie Crutchfield, mejor conocida como Waxahatchee, ha venido tratando de mitigar algunos demonios a través de la música, sus primeros cuatro discos muestran la metamorfosis de relaciones fallidas, un comportamiento auto destructivo y de fijación hacia su adicción al alcohol, la intrincada confusión de sobrellevar una vida sin rumbo alguno o la lucha contra el babel de miles de voces en su mente. Pero en Saint Cloud se ha ‘suavizado’, como ella misma lo dice, no en señal de debilidad, sino al encontrar mayor claridad. Crutchfield comenzó una vida de sobriedad, se cambió de casa a Kansas junto con su pareja, el músico Kevin Morby, y regresó a sus raíces country con las que creció, encontrando consuelo en las cosas más esenciales.
Comencé a rechazar la idea que tienes que vivir sin cuidado y siendo un gran desastre para escribir algo emocionante o interesante. Me siento inspirada por escribir acerca de donde me encuentro exactamente”, comentó recientemente para Pitchfork.
Esto demuestra el crecimiento de una artista que pasó de decir “no me importa, abrazo mis vicios...beberé hasta ser feliz” en “Grass Stain”, a “el mañana se puede sentir como cien años después. Soy más sabia, pausada y sintonizada. Y estoy de rodillas, soy un ave en los árboles. Puedo aprender a ver con una vista parcial”, en “Fire”; una canción que representa este proceso de auto aceptación y amor propio, de encontrar un espacio seguro, “era lo que quería”, canta Crutchfield después de un dulce teclado. “¿Me dejarás creer que me abrí pasó?, se cuestiona, al mismo tiempo que genuinos y detallados arreglos de guitarra y batería van surgiendo desinhibidamente para crear una canción rock que se siente transparente.
“Oxbow” es extraña y confusa, marca el momento en que la compositora decidió dejar su adicción al alcohol, creando un punto de discordancia entre la melancolía del piano y la fuerza de la batería. Todo inicio es incierto—“qué sueños se concretan, pueden sentirse trillados”, canta Crutchfied—, lo único seguro es el anhelo de llegar a una permuta entre nuestras acciones y deseos, “lo quiero todo”, manifiesta Katie repetidas veces mientras los sintetizadores se desvanecen en la incertidumbre. “Can’t Do Much” es una canción country que refleja la codependencia que crea el amor de una forma poco sentimental, se erige de la “frustración que experimentas al continuar herida por alguien más”, “mi inquietud se materializa, te quiero todo el tiempo”, confiesa Waxahatchee sobre esa fuerte atracción que conlleva un fácil enamoramiento. Pero la canción toma otra dirección cuando sus buenos sentimientos se ven sofocados por la indiferencia de la otra persona. “Cuando me extrañas, ¿qué es lo que ves?, algo seguro que puedes cuidar y dejar, algo versátil para llenar tus necesidades.”
“Lilacs” encuentra a Katie en un momento de ansiedad mientras se reproduce en las flores de lila sobre su piano. “Y las lilas beben el agua, y las lilas mueren, marcando el paso lento del tiempo”, mismo tiempo que va recalcando la baqueta sobre el aro del bombo, como un pensamiento incómodo que no se puede ir, punzante. Mientras avanza la canción, la codependencia de la cantante continua creciendo “y si mis huesos están hechos de azúcar delicada, no terminaré en ningún lugar bueno sin ti”, canta Crutchfield rodeada de enojo y desesperación, para terminar diciéndose a sí misma “necesito tu amor también”, y así manifestar su propia desconfianza, sofocando la esperanza. Este intenso sentimiento toma fuerza en “Hell”, donde se “traga su orgullo” para reconocer que el encerrarse en su mente señalando cada uno de sus defectos no le han permitido sanar, “y floto arriba como una deidad, pero tú no me adoras...arruinas la ilusión, te haré pasar un infierno”, expresa con ira, dándose cuenta que ella es su mayor rival—“continuo mintiéndome, estoy en una guerra conmigo misma, no tiene nada que ver contigo”, confiesa en “War”, sobre la presión de las cuerdas de la guitarra acústica.
Algunas veces los conflictos internos que estamos atravesando necesitan ser encerrados, no estás listo para compartirlos, tienes miedo del efecto que puedan tener sobre otras personas, bien se puede multiplicar la carga, navegando ahora en dos mentes, “podemos dejar manifestarse a la quietud, pero si me divido, ¿me salvarás?”, pregunta Katie a alguien más en “The Eye”—una hermosa canción folk de amor—, tratando de no exponer su vulnerabilidad hasta sentir certeza. En esta canción, la artista encuentra ese sostén emocional y artístico en Kevin Morby, “como si dos cerebros se fusionaran”, los ojos de sus mentes. La belleza de “The Eye”, recrea este sentimiento a través de la excelsa instrumentación que armoniza con la voz de Crutchfield, que parece recitar un poema, “me darás algo hermoso en qué pensar y cantar y seguir, nuestros pies nunca tocarán la tierra...pintas mi cuerpo como una rosa, una profundidad de belleza en reposo."
En “St. Cloud”, la narrativa de Crutchfield florece como una flor nocturna, reflejando sus miedos y deseos a través de letras abstractas y poéticas; mientras pone el foco central en ella, en una estética general del álbum que alude al renacer. Su forma de contar historias, evocando lugares y sentimientos—así sea tristeza, enamoramiento, desconcierto, ansiedad, inseguridad, temor o duelo—, es una de las características que la hacen una de las compositoras más interesantes en la actualidad. Un ejemplo de esto es “Arkadelphia”, donde Katie comienza reflexionando sobre la inocencia de ser niño, “cuando éramos niños, tan libres como el aire...con un violento anhelo de llegar a algún lugar”, para así darse cuenta que en esa búsqueda podemos perdernos, “si me quemo como una bombilla, ellos dirán ‘no estaba destinada a esa vida’, lo pondrán todo en una cápsula y lo guardarán para una noche oscura”, y terminar en un punto de conciliación “si te acercas demasiado al final, espero que sepas que hice lo que pude, tratamos de darle todo significado, al decirnos qué es hermoso y bueno”. “Arkadelphia” es cruda y hermosa como la vida misma.
Bajo la influencia de Fiona Apple, Lucinda Williams, Linda Ronstadt y Emmylou Harris, Waxahatchee creó un magnífico disco de folk y americana donde nada se siente forzado, todo fluye orgánicamente de principio a fin. La voz de Crutchfield va modelando la forma de las canciones y la dirección de los sonidos—ya sea alargando palabras, adornando sílabas o pronunciando versos con delicadeza—, nosotros seguimos su voz mientras brillantes riffs de guitarra, arreglos de piano o el rasgueo de las guitarras acústicas suenan en el fondo, construyendo la atmósfera perfecta para estas 11 canciones.
La suavidad de “St. Cloud” es la forma perfecta de terminar este proceso en el que Crutchfield miró hacia su interior para encontrar una forma de sanar, al mismo tiempo que explora lo contradictorio y confuso que puede ser un transcurso como este, yendo de la luz a la oscuridad y viceversa. Al comienzo de la canción se ve mutando al igual que la ciudad, “¿a dónde vas cuando tu mente comienza a perder su forma perfecta?”, se cuestiona, para así entender que en la vida no hay una respuesta—“puedes encenderlo en un instante, pero no sostendrás una llama, es una forma escuálida de vivir, pero son las reglas del juego”, se lamenta en “Ruby Falls” acompañada de la profundidad del órgano y el eco de la guitarra—, siempre estamos creciendo y la claridad muchas veces viene de los momentos más oscuros.
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Stolen Body Records / LSDR Records / 2020
15/Abr/2020
El concepto del álbum como un todo se ha perdido a lo largo de los últimos años. Cada vez son menos los músicos interesados en contar una historia completa a lo largo de las composiciones que conforman una obra. Dejar de poner atención en detalles como el arte de portada o lanzar sencillos individuales cada vez es más frecuente. Aunque siempre existen algunas personas que se niegan a seguir a las mayorías.
Aunque de manera tradicional se suele creer que los álbumes conceptuales son exclusivos del rock progresivo, en realidad no es así. En cualquier género se pueden fabricar elaboradas obras que exigen de la total atención del escucha. Para ejemplificarlo se puede escuchar el trabajo más reciente del dueto internacional Cegvera.
Cuando Gerardo Arias abandonó México para trasladarse a Inglaterra, su máximo objetivo era continuar con sus estudios superiores. Fue al adentrarse en el movimiento musical de la ciudad de Bristol que descubrió la existencia de otras personas con gustos similares. Al final conoció a Matt Neicho y así nació Cegvera, nombre en homenaje a la novela Ensayo sobre la ceguera del escritor portugués José Saramago.
Con inclinaciones hacia el doom metal, drone y la música ambiental, el conjunto originalmente era un trío. Aunque para la grabación de su segundo LP se transformó en un poderoso dueto en el que abundan los ritmos lentos pero ejecutados a máximo volumen. Es como observar en primera fila una marcha de elefantes y tener el riesgo de ser aplastado en cualquier momento.
Existen muchas temáticas por las que se pueden optar como eje central de un material; sin embargo, una poco explorada es la conformada por la crisis ambiental y el abuso en el consumo de antibióticos. Precisamente se trata de los rubros que la dupla escogió para componer las nueve canciones que conforman The Sixth Glare y en donde no se necesita de una voz para transmitir un mensaje.
Para poner en contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que de no cambiar la tendencia actual, para el 2050 el consumo de antibióticos será la primera causa de muerte en el planeta. Con esto, queda claro que se trata de una problemática de orden mayor que requiere total atención.
Con lo anterior en mente, la pareja construyó un trabajo que en la parte musical se alimenta de la influencia de Black Sabbath, Neurosis y Sleep. Las voces que se escuchan a lo largo de 40 minutos son mínimas. Los protagonistas son la guitarra, bajo y batería que se transforman en olas enormes que amenazan con derribar todo lo que encuentren a su paso.
Como pocos álbumes, la máxima recomendación es contar con unos audífonos o unas bocinas de máxima calidad. Aunque la abridora “Infection” es breve e introspectiva, el resto de las piezas no escatiman en poder y distorsión. El trabajo fue creado para practicar el headbanging con los ojos cerrados pero la mente abierta.
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