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“No es discriminación, es porque no hay suficientes mujeres que puedan ser headliners y que tengan tanto público”. Esa es la respuesta que suele escucharse cuando se cuestiona por qué hay poca presencia de mujeres en los puestos estelares de festivales alrededor del mundo. Sin embargo, al revisar algunas cifras el argumento no se sostiene, se trata más bien de un prejuicio sin sustento que limita la participación de mujeres en dichos contextos, tanto de actos lidereados por ellas como de proyectos mixtos.
El festival Coachella publicó hace unos días el cartel de su line up para la edición 2020, y las críticas no se hicieron esperar. En corto surgieron textos que cuestionaban la poca presencia de mujeres como actos estelares, y las redes sociales replicaron las discusiones. Algunos desmintieron dicha afirmación, pues aparecen varios nombres de actos que incluyen mujeres en la segunda fila. Sin embargo, oficialmente dichos nombres ya no son considerados headliners, algo que se puede cotejar en el artículo de Wikipedia dedicado al festival: los headliners son solo aquellos que aparecen en la primera fila. Pero esta “omisión” no es una excepción, de 38 headliners que ha tenido Coachella en la última década (nombres que aparecen en primera fila), tan solo tres han sido mujeres: Beyoncé, Lady Gaga y Ariana Grande. Es decir, apenas el 8% de actos estelares en 10 años han sido mujeres. Y si expandimos la lista a toda la historia de Coachella, desde 1999, solo encontraremos un nombre más: Björk, quien se ha presentado en dos ocasiones. Entonces, de 61 headliners que ha tenido Coachella en su historia, solo cinco han sido mujeres: 8.1%, si contamos dos veces a Björk, pues actos masculinos también han repetido.
La desproporción es evidente, y se hace todavía más cuando se cuestiona otro argumento que suele emitirse en estas discusiones. “Es que las mujeres no venden tanto como los hombres”. Esto es una verdad a medias. Claro, en las décadas de los 70 y 80, e incluso parte de los 90 del siglo pasado, pocos nombres de mujeres aparecían en los primeros lugares de los listados de ventas, y duraban poco tiempo (aquí pueden revisar un agregado de ventas declaradas por organismos como la IFPI y la RIAA entre 1969 y 2019). Sin embargo, desde mediados de los 2000 la participación de mujeres y hombres en cuanto a ventas se ha equilibrado. Rihanna marcó la pauta a partir del 2006, y después de ella han aparecido nombres como Katy Perry, Taylor Swift, Lady Gaga, Ke$ha, Nicky Minaj, Beyoncé y Adele, quienes han dominado las listas por varios años. Entonces, si hay, y ha habido en los últimos años, actos de mujeres que venden a la par de los hombres (y eso que solo contemplo los primeros lugares).
Algunos renuentes responden en automático. “Es que no se trata de ventas, sino de discurso: es un festival rockero, y en el rock dominan los hombres”. Nuevamente, un mito sin sustento: que históricamente no tuvieran la misma presencia mediática los actos lidereados por mujeres que los de hombres no significa que no existieran, ni que faltaran propuestas. En últimas fechas han surgido infinidad de publicaciones, libros y películas que documentan esa omisión (que no ausencia) en distintos contextos musicales. Incluso aquí en México el libro Sirenas al ataque, de Tere Estrada, ofrece una exhaustiva documentación sobre la participación de las mujeres en la escena rockera mexicana desde sus inicios. Es decir, siempre ha habido infinidad de proyectos donde han participado mujeres, pero su invisibilización ha sido estructural, basada en prejuicios que se han perpetuado acríticamente.
Entonces, si no es un tema de popularidad, ni de ventas, ni discursivo, ¿por qué no aparecen más mujeres como actos estelares? Se suele decir, ya en un argumento sumamente ridículo –e incluso misógino–, que tiene que ver con la creatividad, “que las propuestas de los hombres son ‘mejores’, musicalmente hablando, que las de las mujeres”. Es decir, se apela a una “calidad” intangible que más bien es mero juicio de valor, pues así que uno diga “uy que experimentales o complejos son Kings of Leon o Coldplay”, quienes han sido headliners en Coachella, pues no. Por ejemplo, ¿por qué no se ha contemplado a Katy Perry o Rihanna, quienes han dominado las listas de popularidad y son afines al discurso del festival? De hecho, las dos se han presentado como invitadas: Rihanna cantó “We Found Love” con Calvin Harris en 2016, y Katy Perry cantó “365” con Zedd en 2019. Si bien es posible que no les llegaran al precio, o que pudiera haber complicaciones de agenda, otros actos del mismo nivel, como Drake, han participado sin problema como headliners. El que quiere, puede, cuando de artistas en activo se trata, y habiendo pasado tantos años desde el inicio de la popularidad de Katy Perry y Rihanna, su ausencia se percibe más como conservadurismo en la curaduría que como algo de logística o agenda. Público tienen, sin duda venden muchos boletos desde hace una década, y su música es afín a la propuesta del festival. Realmente no hay excusa.
Destaca entonces la desproporción de actos donde participan mujeres, pero también cómo es que si un acto masculino muestra indicios de liderear en ventas aparece como headliner en Coachella rápidamente, no así un acto donde participa una mujer. Por ejemplo, Childish Gambino tuvo su primer #1 en 2018, y fue headliner en 2019, mientras que para que una mujer sea estelar tiene que pasar más tiempo, si es que ocurre: Lady Gaga se presentó en 2017, siendo que dominó las listas desde 2009; Beyoncé se presentó en 2018 –ya que por su embarazo canceló en 2017–, pero tuvo números 1 desde la década anterior; y Ariana Grande ha aparecido en los listados desde 2013, pero se presentó hasta 2019. Y si bien el caso de Björk es distinto, pues era bastante popular desde antes de la primera edición de Coachella, se pueden enlistar muchos actos que sin problemas podrían estar en la primera fila del cartel, pero que simplemente no ha ocurrido (ya mencioné dos, Rihanna y Katy Perry, además de muchos nombres que han aparecido en segunda fila a lo largo de la última década: Lana Del Rey, FKA twigs, Florence and the Machine, Sia, St. Vincent, Lorde, etcétera).
Es curioso cómo, supuestamente, “siempre hay un artista masculino con más renombre” que las artistas mencionadas, algo también falso. Para tirar abajo esa idea resulta interesante revisar el caso de Kanye West y Taylor Swift, pues incluso han tenido un –ampliamente documentado– pique profesional. Kanye fue headliner del festival en 2011, mientras que Swift nunca ha participado, a pesar de que ella lo rebasó en ventas desde 2008 y su estilo es afín al festival. Hay quienes podrían decir “es que acuden más hombres que mujeres a los festivales”, razón por la que “taaal vez” se podría justificar que la curaduría apueste por actos masculinos. Sin embargo, eso también es falso: Nielsen publicó en 2015 que del total de asistentes a festivales 49% eran hombres y 51% mujeres, cifras que difícilmente varían año con año, otra razón para apostar por más actos lidereados por mujeres, tan solo por mero “engagement” con el target femenino.
Sin duda la insistencia en que haya mayor participación de mujeres genera MUUUCHA incomodidad y, sobre todo, confronta al status quo de una industria machistoide. Se trata, tristemente, de hablar incluso de la necesidad de cuotas de género en festivales, tal como se planteó con la Ley Mercedes Sosa, aprobada recientemente en Argentina y que exige un mínimo de 30% de mujeres en los festivales. Si bien dicho porcentaje es bajo, sobre todo cuando revisamos las cifras que se han mencionado a lo largo de este texto, resulta que aun así está por encima de la media de participación de mujeres en distintos festivales alrededor del mundo. No sobran quienes consideran que las cuotas de género ofrecen espacios a propuestas que no lo merecen. Sin embargo, en otros contextos, como el político, se ha demostrado que las cuotas tienden a estimular cuestiones positivas. Su uso implica, generalmente, la participación de mujeres igual de calificadas que sus contrapartes masculinas (o muchas veces más calificadas, por mera competitividad y para contrarrestar prejuicios), mientras que los argumentos en contra no han tenido realmente sustento. Claro, eso no quita que haya casos donde la cuota se utilice “para quedar bien” legalmente, como ha ocurrido con las “Juanitas” en el contexto electoral mexicano.
En fin, el tema de la poca participación de mujeres en los festivales no es algo específico de Coachella, sino global, y México no se queda atrás. Como apunta un artículo del año pasado en Me hace ruido, en la primera edición del Vive Latino, en 1998, de 42 proyectos que tocaron, el autor identifica solo 10 u 11 bandas que tenían al menos una mujer entre sus integrantes, lo cual da entre 23% y 26% de participación de mujeres. Sin embargo, el artículo plantea que 20 años después, en la edición de 2019, de 82 exponentes en el cartel tan solo 13 contaron con al menos una mujer. Es decir, casi 16% de la oferta total (los porcentajes son otros en el artículo, pues plantea que es 14%, además de que es probable que se le haya escapado alguno). Entonces, el Vive Latino tuvo proporcionalmente menos mujeres en 2019 que en su primera edición, veinte años antes, algo drástico ya que sin duda han aumentado las propuestas lidereadas por mujeres, y la industria, en cuanto a cifras, se ha vuelto más equitativa. Esto ocurre con prácticamente todos los festivales de renombre en México [véase este texto de Slang.FM y este otro de animal.mx]: el gender-gap es un problema sin fundamentos racionales: hay un techo de cristal al que se enfrentan las mujeres para ser actos estelares, y discutirlo incomoda.
En respuesta a todo lo anterior Elis Paprika lanzó la iniciativa La Marketa, un festival / bazar en México que, como otras iniciativas que ha desarrollado bajo el nombre Now Girls Rule, busca visibilizar las propuestas realizadas por mujeres en el ámbito musical y de otros contextos artísticos. En una comunicación personal, Elis comenta lo siguiente:
Hoy más que nunca tenemos una variedad de proyectos riquísimos en calidad y talento, y que no les estén dando cabida en la industria es una pena. [Decidí] con mis amixs crear este espacio. Estoy cansada de que digan que no hay tantos proyectos de mujeres, o que si los hay no tienen calidad […]. Para que una mujer sea visible en la industria tiene que ser triplemente más chingona que un hombre […]. Si en los bazares o festivales no invitan a las mujeres, pues entonces nosotros haremos los espacios […]. Cuando inicié Now Girls Rule mi queja siempre fue ‘¿por qué, si ahora hay tantos proyectos con mujeres, no están siendo consideradas en festivales?’. Como yo hago mi booking y management, y soy la que hace deals con promotores, hice una junta con todos para ver qué estaba pasando. De las respuestas que más se me quedaron en la memoria fue que me dijeron: ‘¿Y tú por qué te quejas, si a ti sí te invitamos?’ […]. Hacer La Marketa, las noches NGR, y este 2020 el festival, nos ayudará a que la gente se entere de lo que está pasando”.
Es un hecho que un festival no es caridad, pero sobran argumentos tanto en cuestiones de popularidad, ventas, discurso y calidad como para que resulte insostenible el no incorporar a más mujeres en los lugares estelares. Claro, también en los festivales hay variables como los amiguismos y compromisos con agencias de booking, pero el tema SÍ requiere de considerar que hay una exclusión estructural de género por un prejuicio –implícito y explícito– que se perpetúa sistemáticamente. Este ha sido un tema recurrente en los últimos años, y sin duda implica contemplar otras aristas, razón por la que en mayo del 2019 se llevó a cabo el 1er Encuentro Iberoamericano de Mujeres en la Industria Musical (EIMIM). Las cuotas no son caridad, sino una de múltiples acciones para contrarrestar este problema, como lo es el realizar festivales exclusivos. Hay que quitarse los vicios aprendidos de otras épocas y contextos culturales, y esto también aplica con respecto a otros sectores de la población que son sistemáticamente invisibilizados: la comunidad LGBT, los pueblos originarios, etcétera. Cada confrontación generará incomodidad al status quo, pues no hay algo racional detrás de la invisibilización. Y eso es bueno, dicha incomodidad es indicio de que se va por buen camino.