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Dead Oceans / 2019
El uso del imaginario religioso en la música no es ninguna cosa nueva. Basta voltear a ver al góspel como disciplina para entenderlo, o recordar algunos otros experimentos también: desde la famosa sinfonía adolescente dedicada a Dios de Brian Wilson, hasta el más reciente Sunday Service de Kanye West y aquel Father, Son, Holy Ghost de Girls hace unos años, solo por nombrar algunos. Dios y todo aquello que gira en torno a su mitología ha aparecido como punto de partida para crear y generalmente funciona bien.
Kevin Morby bien podría ser el artista más reciente en comprobarlo. Su nuevo disco de estudio, el conceptual Oh My God, presume haber sido creado a partir de una premisa: Dios y la relación de nuestra cultura con él, desde la percepción más profunda, hasta la más superficial. ¿El resultado? Un puñado de canciones que conforman el mejor disco de Morby hasta la fecha y una de las conversaciones musicales sobre religión menos interesantes que se hayan hecho hasta hoy.
Oh My God es un disco que se siente tan atinado como desafortunado. Aquí hay un Morby mucho más efectivo que el de Singing Saw y tremendamente mejor ejercitado que el de City Music. Si con cada nuevo disco supera su capacidad de composición, es aquí en donde encuentra su punto más alto. Se puede escuchar en “Nothing Sacred / All Things Wild” y su construcción y en la agilidad de “OMG Rock n Roll”. El tipo es más cuidadoso que nunca y muchas de las canciones son resultado de esa disciplina.
Pero es en el concepto en donde cojea. Su acercamiento a la religión es tibio, poco interesante y más un capricho que un verdadero ejercicio de escritura. Por cada buena decisión en la estructura de una canción, hay otra en su discurso que no termina por completo de cuajar. Si en los experimentos mencionados la religión servía como catarsis, aquí es meramente un artificio de buenas canciones.
La portada de Father, Son, Holy Ghost de Girls se conformaba de los nombres de las canciones puestos en continuación, una tras otra, como reafirmando que el disco entero era un concepto difícil de descifrar. Con cada vuelta arrojaba sorpresas y con cada nueva escucha se sentía distinto. La de Oh My God es Kevin Morby frente a una figura religiosa en una habitación y su contenido también se puede reflejar ahí. Son las mejores canciones que ha hecho hasta el día de hoy, pero vendidas como un paquete conceptual que está lejos de todo aquello que uno hubiera podido esperar de su fuente principal.