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Columbia / 2019
La música de Solange Knowles siempre ha vibrado en otra frecuencia, una distinta a la de la música que generalmente suena en cualquier estación de radio o que encontramos bajo reflectores. Pero lo que puede ser una desventaja en una industria musical que se maneja a través de ventas, números en plataformas de streaming y demás estrategias de marketing para la cantante de R&B y soul es un área de oportunidad para que crecer y explorar cada recoveco de su intrincado ser.
When I Get Home es el cuarto álbum de la menor de la hermanas Knowles, y es uno de sus trabajos más complejos hasta el momento. Con una lista de colaboradores y gente involucrada en la creación de este disco tan larga como variada, los nombres de Earl Sweatshirt, Dev Hynes, Sampha, Pharrell Williams, Steve Lacy o Raphael Saadiq saltan a primera vista. Pero el trabajo mayor ha sido abarcado por Solange, quien escribió, produjo y ejecutó cada uno de los 19 temas contenidos en el LP.
No es un disco fácil de abordar, hay que decirlo desde un inicio, pues puede llegar a ser lento por momentos, pero una vez que se siente la línea musical del mismo, cada etapa sonora por la que nos hace adentrarnos la también actriz originaria de Houston es un respiro para la agitación diaria. Dicho lo anterior es justo lanzar la declaración de que el álbum suena como terapia. Es un aliciente para aquellas cabezas llenas de pensamientos atribulados que buscan ser ordenados. Hay una perfecta harmonía entre cada sonido y la ausencia de ellos.
La articulación de cada composición está hecha con tal precisión que hay momentos en los que el inicio de un track se conecta no solo con el siguiente, sino con canciones que se encuentran tres sitios después. When I Get Home utiliza recursos musicales como la síncopa y las aliteraciones literarias para que, en sus más de cuarenta minutos, cada emoción se mezcle con las demás y se vuelvan indistinguibles entre sí, pero palpables por sí mismas… si es que eso tiene algún sentido.
El viaje sonoro empieza con “Things I Imagined”, una pieza suave en la que la voz de Solange cubre el piano como una manta de terciopelo, mientras distintos sonidos sintéticos acentúan cada frase. “I’m a Witness” es el cierre a manera de un blues con una guitarra eléctrica distorsionada, ecos de su voz y un piano en el fondo marcando el tempo.
Cada tema está seleccionado de manera precisa para aparecer en el disco, así duren 17 segundos (“S McGregor Interlude)”) o casi cuatro minutos (“Almeda”) y son tan diferentes entre sí como similares. Hay una línea conductora en todo el disco que hace que un electro pop con tintes de R&B de los 90 como lo es “Stay Flo” pueda aparecer en el mismo trabajo que un blues en el que Solange y Gucci Mane intercambian frases aparentemente inconexas mientras Tyler, The Creator susurra en el fondo como es el caso de “My Skin My Logo”. “Binz” y “Dreams” son un par de temas únicos en el álbum, cada uno con sus distintas atmósferas, que logran capturar el sonido general del último larga producción de Solange.
Hablando de manera general, el álbum es un trabajo etéreo que flota en su propia levedad. Si hay alguien que pudiera hacer un disco con esta versatilidad sin duda es Solange. Quizá podamos decir que peca con la exploración y que por instantes termina perdiéndose en ella, haciendo que los temas suenen como acercamientos más que como piezas terminadas, pero siempre regresan a ser piezas por sí mismas. Sin duda es un disco que podíamos esperar de la compositora de Houston y es un gozo el que sepamos que podemos confiarle una tarea de dicha envergadura.