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Los que estuvimos ahí lo desciframos al instante; la noche del 21 de septiembre, Chingadazo de Kung Fu vivió el concierto más especial de su carrera… hasta ahora. No fue por el ambiente, ni por el sold out, ni por ser el venue más grande que han llenado como estelares; este fue el concierto más especial de su carrera porque ellos se lo creyeron y nos hicieron creerlo, porque desde la organización hasta el crowdsurfing, siempre echaron el corazón por delante.
Debajo del escenario había toda clase de historias. Vi a un chico de no más de 14 años a quien acompañaba su mamá, vi a quien le hicieron espacio para que se amarra la agujeta en medio del slam, y vi a un par de desconocidos que se gritaron las canciones en la cara tantas veces, una cada vez más cerca que la anterior, hasta que terminaron fundiendo sus labios en un beso. Abajo todo estaba puesto, todos estábamos ahí por las historias, y ellos estaban listos para contarnos las suyas.
“Hace cuatro años tocamos por primera vez con el Chingadazo enfrente de 40 de nuestros mejores amigos, y hoy tocamos frente a más de mil de nuestros mejores amigos”, comenzó Ale después de abrir el show con “#imape”. En ese momento supimos que los dos lados estaban ahí para entregarlo todo; para empaparse de sudor y cantar con los ojos cerrados.
Comenzaron con las canciones que han hecho a Chingadazo; sonaron “Rehab” y “Azul turquesa” y no les tomó ni una canción construir el ambiente. Fue una elección particular abrir el show con algunas de las canciones más conocidas y dejar hacia el final el nuevo disco que presentaban, pero parecía que el público se las sabía todas igual. Luego vinieron los invitados. Subieron al escenario Lalobilly y Chucho Tormenta de Los Pandilleros a tocar “Intento Fallido No. 7”, y demostraron que el punk rock se les puede dar casi tan bien como el rockabilly.
También tomó el escenario el productor de Me pongo hasta la madre porque estoy hasta la madre, Erik de Allison, para tocar “Tú no me dices qué hacer (Oblígame prro)”, así como Gastón de Lng/SHT, para acompañarlos en el bajo, o “el instrumento de los fracasados”, en “No me importa (¡Oh, oh!)”; pero probablemente la colaboración más significativa fue la de Pepe de Seguimos Perdiendo, una influencia que Marino y Ale siempre han reconocido al punto de “robar a su baterista”, Beto. “Es increíble que personas que una vez admiramos, ahora toquen canciones con nosotros”, les agradeció Marino.
Chingadazo no se guardó nada, no puso ninguna frontera en el escenario; compartieron sus fotos, subieron a sus papás a tocar y Marino trajo a la vida “3 de noviembre (No me agüito)” cuando ahí, frente a más de mil de sus mejores amigos, dejó que las lágrimas le inundaran los ojos al abrazar a su mamá, reconciliarse con ella y dedicarle la canción que escribió a partir del dolor de romper su relación. Todos la cantaron más fuerte que nunca.
Eso fue lo que hizo este concierto. Escuchar a Ale y a Marino agradecer y reconocer por su nombre a varios de sus seguidores más asiduos entre el público, recordar el nombre de la primera persona que dedicó una canción de Chingadazo cuando era todavía un demo, y poner en las pantallas una compilación de videos de los seguidores que les confiaron la intimidad de sus habitaciones y sus voces coreando las historias de resaca y corazones rotos que ellos han convertido en canciones.
Fue una gran noche para Chingadazo de Kung Fu, nadie lo va a negar. Este trío va a llegar hasta donde quiera siempre que recuerden esta noche; siempre que recuerden que los menores de edad les llenaron el concierto, que no les presumieron sus historias de crystal meth y sexo, sino que se las contaron con la gracia y la confianza con que lo harían frente a un amigo; mientras recuerden esta noche en la que quedó claro que un público entrega tanta pasión y tanto amor como recibe desde el escenario.