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Little Idiot, Mute / 2018
“Hace unos años, estaba en una fiesta en Brooklyn y conté una historia que hablaba de Nueva York en 1989. Los viales de crack vacíos en los andenes del metro, las fiestas rave en sótanos desiertos y almacenes abandonados, las prostitutas que se abrían paso entre la sangre y las vísceras en el Meatpacking District, y los lofts en alquiler por 500 dólares al mes… Conté algunas historias más de cuando empecé a grabar discos, de cómo devolvía latas y botellas para conseguir dinero para comer, de la ruinosa fábrica en la que vivía sin aseo ni agua corriente, y de cómo pensaba que mi carrera como músico se había terminado justo antes de que saliera Play”, narra Moby en Porcelain, su autobiografía que publicó hace un par de años. En la trayectoria del neoyorquino que se remonta a finales de los ochenta viaja el house, hip hop, punk, soul, trip hop, gospel, pop, ambient; es un crack, prácticamente ha hecho de todo, variando de género y sonido por períodos que datan de esa época sórdida que describe en su libro a su etapa como vegano y defensor de los animales, y de entre toda su carrera como músico tiene un trio de álbumes que se elevan como cohetes espaciales viajando por paisajes conmovedores, es difícil que nos sorprenda con algo que no le conozcamos, y sin embargo, lo consigue.
Play, 18, Innocents sobresalen de entre los 14 álbumes que había publicado hasta este año, imagino que Richard Melville Hall –quien adoptó el nombre de Moby por ser pariente lejano del escritor de Moby Dick, Herman Melville– los compuso sobre una nave espacial, presionando botones para los beats, jalando palancas para liberar los ambientes electrónicos y las voces, tocando la pantalla táctil para las percusiones, moviendo interruptores para activar sonidos mientras sobre el cristal que tiene enfrente se proyectan maravillosos paisajes del universo. No en vano la portada de 18 es él con un traje de astronauta. Su nuevo álbum, el número 15, Everything was beautiful, and nothing hurt (el nombre hace referencia a la novela de Kurt Vonnegut, Slaughterhouse-Five) también fue creado de esa manera, durante un viaje en lugares espectaculares; es una pieza sublime que conmueve y rescata su pensar sobre el ser humano y que efectivamente deja la sensación de asombro por estar ante un artista que explora una faceta ya conocida, pero se adentra más en el género.
El transbordador despega en “Mere Anarchy” que va dando sonido y velocidad a este álbum, una aventura de trip hop y pasajes orquestales cuyo mensaje es una advertencia para quienes quieren arruinar la esperanza: “cuidado del mundo que dijeron que se había acabado, cuidado de en donde estábamos”, un mundo sin humanos, una tierra devastada, árida, sin vida. El inicio es de un potencia inimaginable. Los propulsores a tope. Moby jala la palanca de la electrónica para tomar altura. “Like a Motherless Child” viaja sobre un loop de batería que suena con eco, pum, pum, pum, pum, un sonido fascinante, un riff hipnotizante acompaña, cuerdas melancólicas y la voz seductora de Raquel Rodriguez canta un himno cristiano de la comunidad negra de los Estados Unidos, “algunas veces me siento como un niño huérfano, muy lejos de casa”. Y ese sonido particular lo puede acelerar, darle un poco más de ritmo, presiona los synths alucinantes, algo dance, en “The Sorrow Tree” la nave cruza por lugares asombrosos, Moby juega con su consola para componer una perla con un coro brillante que parece provenir de un lugar distante, una súplica por el amante esperado.
La visión apocalíptica y crítica de sus dos trabajos previos, These Systems Are Failing y More Fast Songs About the Apocalypse en temas como "Are You Lost in the World Like Me?”, iba acompañada de un sonido urgente, agresivo, furioso dance punk de guitarras distorsionadas. En este nuevo álbum la idea de que el mundo está viviendo tiempos difíciles no ha cambiado, las letras lo dicen claramente: “no puedo aceptar lo que veo, no hay gracia, no puedo aceptar lo que seré” (“The Last Of Goodbyes”); “esperando el fin del mundo, esperando que la luz se doble como estrellas, esperando el final silencioso, trayéndonos un destino que es tan difícil” (“Welcome To Hard Times”). La música, no obstante, es maravillosa, una producción melancólica e hipnótica, de alta costura, confeccionada a detalle. Se trata sin duda de Moby en su mejor momento como productor. Ha desarmado los controles de la nave de trip hop para hacer adaptaciones y tener más elementos a su alcance. Si solía viajar a velocidades demenciales con coros gospel que provocaban la sensación de libertad (“Go”, “In My Heart (2006 Remastered Version)”, “Feeling So Real”) ahora opta por la contemplación del entorno suscitando la reflexión.
“Falling Rain and Light” es un espléndido tema en el que Moby es acompañado por una segunda voz distorsionada, el sonido que producen es robótico, ¿un robot humanizado o un humano robotizado? pidiendo por ayuda: “Reza el salvaje, reza por la cordura, reza como la lluvia y la luz (..), te necesito”, en un suave trip hop de percusiones notables y piano ensoñador, notas distorsionadas que son cubiertas con una orquesta electrónica en el punto más climático. La nave vuelve a tomar altura. En seguida comienza el descenso, pacífico y en calma, hasta el aterrizaje. Pareciera que Moby quiere descender de la nave y contemplar el mundo y la humanidad, en su peor y mejor rostro, en su fragilidad.
Cierra la puerta, baja las escaleras, se quita el casco y comienza a caminar… sin destino.