Favoritos
Haz click en la banderilla para guardar artículos en tus favoritos, ingresa con tu cuenta de Facebook o Twitter y accede a esta funcionalidad.
Este es uno de esos conciertos a los que asistes dispuesto a permitir que se llenen tus sentidos y tu corazón. Él lo sabe y, apenas entrar al escenario, se entrega de rodillas ante un Teatro Metropólitan lleno hasta las lámparas. No es necesario ponerse de pie, no es necesario distraer ningún esfuerzo para perderse en una canción, en una historia, en un momento que se presume inmune a toda la pena del mundo.
Jorge Drexler tiene algo de teatral sobre el escenario. La música es la protagonista, sin duda, pero todo lo demás suma; los músicos, las luces, su manera de presentar sus canciones y contar sus historias, hace que te gusten desde antes de escucharlas, construye una complicidad y te va permitiendo dejar el mundo fuera y recibir el abrazo, recibir el amor.
Salvavidas de hielo, el nuevo disco que lo trajo a la Ciudad de México, es uno de sus mejores materiales y se nota cuando es difícil diferenciar la reacción del público ante una de esas y ante una de las que ya son favoritas. “Este disco prácticamente fue grabado en esta ciudad y siento que está contento de regresar aquí”, contó sorprendido el uruguayo en medio de la que mencionó como la primera vez en su vida que agotaba entradas en nuestra ciudad.
Drexler ya tenía ganado al público desde antes de comenzar a cantar, pero fueron los invitados quienes redondearon la noche. La primera que sumó al encanto de romance en el que se había sumido el teatro fue Mon Laferte, quien acompañó al compositor en “Asilo”. A media luz, parecía que todos conteníamos la respiración mientras los mirábamos bailar despacito sobre el escenario; él con la guitarra a las espaldas y ella con la cabeza recargada en el hombro de él.
Después vino a quien Drexler llamó el gentlemex, El David Aguilar, el silbador. “Horas”, uno de los clásicos suaves y románticos del uruguayo, se escuchó a dos voces y una guitarra. “No queríamos dormir, nos queríamos comer a besos” y el puente musical silbado por el sinaloense, nos hicieron cerrar los ojos y desear.
La segunda noche de febrero que Drexler presidió en el Teatro Metropólitan fue también un homenaje a los músicos. Leonard Cohen, Tom Petty y Joaquín Sabina fueron todos parte de algún momento en aquél concierto en que las frases más emblemáticas se anunciaban antes de llegar y cada canción parecía que te llevaba a algún lugar, a algún momento o hacia algún recuerdo, hacia alguien.
Para el encore, las más de dos horas y media que habíamos pasado en nuestros asientos dejando viajar a nuestra memoria, no aguantaron más. Vinieron “Bailar en la cueva”, “La luna de Rasquí” y “Todo se transforma”. De un momento a otro, nadie permanecía más en su butaca, se había venido la fiesta, se habían empezado a mover las caderas, a entrelazar las manos y a llenar los pasillos. A mi lado, una mujer joven y bonita abrazaba su vientre de embarazada mientras cerraba los ojos y se movía al ritmo de la música. Todo era baile, cuerpos, sonrisas, amor.