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Un día, hace como diez años, descubrí a una banda llamada Rezurex. Estaba en una etapa de la vida en donde las referencias hacia lo mexicano llamaban poderosamente mi atención. Beyond the Grave era el disco, y ahí venía una canción llamada “Día de los muertos” y la escuché incontables veces. Eso no sería relevante, si no fuera porque gracias a Rezurex conocí ese género llamado: psychobilly. No sabía que 10 años más tarde mi regreso a ese lugar en donde tantas veces la he pasado bien —ese lugar que, después del 19 de septiembre del 2017, sonaba mucho en redes sociales y no precisamente por cosas buenas sino por supuestas fallas estructurales—, se produciría con una banda que hace, precisamente, psychobilly.
Menos de 15 minutos me tomó llegar a la esquina en donde está El Plaza Condesa. Patriotismo, Tamaulipas y listo. Llegas rapidísimo si es que todavía no empieza el tránsito pesado. Tenía más de un mes que no pisaba la Condesa. Ofrendas en la esquina de Laredo. Ofrendas enfrente de El Imperial. Personas que siguen con el trabajo altruista después de un sismo que cimbró los basamentos de nuestra sociedad. Tantas y tantas cosas… respiré profundo y entré al lugar.
Ahí, ya sobre el escenario, estaba un muchacho y su guitarra. A veces no se necesita tanto. El famosísimo cliché de menos es más. La verdad me llevé una sorpresa al reconocerle, pues no sabía que habría un acto abridor. Frank Turner y su conexión mágica. Son de esos tipos que no conoces, pero que ya te caen bien. Con los que quisieras tomar algunas cervezas mientras avanza la noche y, de vez en cuando, te acompaña con el talento musical que posee. Todavía cae mejor cuando un artista se toma la molestia de pronunciar tantito español. Frank hasta interpretó una de sus canciones así. Además dijo que el dinero de las camisetas que estaba vendiendo se iba a ir destinado a los Topos. Frank Turner, regresa cuando quieras que aquí seguiremos coreando junto a ti.
Con la presentación de Turner pudo ser suficiente para estar de buenas, pero faltaba el plato principal.
Hay determinados estilos musicales que despiertan pasiones particulares, el punk es un ejemplo claro. El psychobilly también tiene esta particularidad. Las camisetas abundan. Tiger Army por todos lados. Y eso es un fenómeno prodigioso en estos tiempos porque seguro que estos muchachos no tienen la proyección de Justin Bieber o Maluma. Ni los recursos, ni las intenciones y, no obstante, son capaces de generar vínculos con sus escuchas, de una forma que, al menos para mí, se siente mucho más honesta. Fraternal.
Tiger Army salió al escenario y la energía fue brutal. Tres individuos que son capaces de mover las fibras de cientos de asistentes. Ahí, con los rostros mitad calavera –por aquello del Día de Muertos– también tenían que decir algo sobre lo bien que se siente que México esté de pie. Y sí, de repente unas cuerdas del contrabajo no respondieron, pero los problemas técnicos son nimiedades cuando las pasiones enervan. Y cómo no, si sonaron cosas como “Ghost Tigers Rise”, “Cupid’s Victim” o ese final con “Under Saturn’s Shadow”.
Da gusto saber que existen bandas así. Probablemente nunca llenen un Palacio de los Deportes, o un Foro Sol, pero con dos Plaza Condesa tienen suficiente… quizá tienen mucho más que otras bandas que acumulan seguidores pero no corazones. El hechizo de amor de Tiger Army con México es uno especial, y por si hay alguien allá afuera que, como yo hace 10 años, es un despistado en algo como el psychobilly, sin lugar a dudas es un perfecto lugar para comenzar. Y por ahí nos veremos otra vez, quizá en la Condesa, quizá en otro lado, lo importante es que en México Tiger Army y las calaveras danzarán al compás del contrabajo.